La mafia de la crisis
LA GRAN APUESTA êêê
DIRECTOR: DAN MCKAY.
INTÉRPRETES: CHRISTIAN BALE, STEVE CARRELL, RYAN GOSLING,
BRAD PITT, JHON MAGARO, FINN WITTROCK.
GÉNERO: COMEDIA /
EE.UU. / 2015 DURACIÓN: 123 MINUTOS.
Hasta la fecha,
al director Adam McKay sólo se le
conocía por haber dirigido comedias al servicio de Will Farrell como El
reportero: la leyenda de Ron Burgundy (2004), Pasado de vueltas (2006),
Hermanos
por pelotas (2008), Los otros dos (2010) y Los
amos de la noticia (2013). Es decir, una ristra de películas
irrelevantes que poco o nada han aportado a este maravilloso arte que es el
cine. Es por eso que me ha sorprendido gratamente que se decidiera a dirigir la
adaptación cinematográfica del libro homónimo escrito por el periodista
norteamericano Michael Lewis, en donde reflexiona sobre la quiebra del sector
inmobiliario que provocó la crisis económica mundial en el año 2008. Temática
que ya ha sido tratada en espléndidas películas como Inside Job y Margin
Call.
El film nos sitúa a
principios de los 2000. Cuatro tipos fuera del sistema de las altas finanzas
predijeron la burbuja del crédito y la vivienda y descubrieron que los grandes
bancos, los medios de comunicación y el gobierno se negaban a reconocer el
colapso de la economía (vamos, como Zapatero). Entre estos bichos raros estaba Michael Burry (Christian Bale) un
amante del heavy metal y jefe de un fondo de capital, y Mark Baum (Steve Carrell) jefe de un fondo de riesgo al que alerta
una llamada telefónica equivocada. Su objetivo: hacer el negocio del siglo.
Serán otros dos outsiders, los jóvenes inversionistas Charlie Geller (John Magaro) y Jamie
Shipley (Finn Wittrock), quienes implorarán al banquero Ben Rickert (Brad Pitt) su ayuda para obtener un sitio en Wall Street,
y así sacar provecho de la situación. Cuatro visionarios que decidieron apostar
en contra de los bancos por su falta de previsión y codicia. Su arriesgada
apuesta les conducirá al lado oscuro de la banca moderna, donde se pone en duda
todo y a todos.
Quien tenga la
impresión de que esta interesantísima película queda emparentada -en la
temática y sobre todo en la estética con resonancias al cine de los 70- con El
lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013) no irá desencaminado aunque
La
gran apuesta tiene vida propia y lanza una reflexión aún más dolorosa
que ni siquiera en clave de comedia es posible desdramatizar. Y es que han sido
millones de cadáveres los que ha dejado la maldita y despiadada crisis en su
huracanado paso, y es precisamente el tono de comicidad lo que hace la tragedia
más lacerante. Cuando se desinfló la
burbuja inmobiliaria y mucha gente constató el riesgo de hipotecarse sin dinero
ni avales, mientras los bancos sin escrúpulos tenían abierto el grifo de la
barra libre del mercado de créditos cuya monstruosa factura hemos tenido que
pagar todos, existió un grupo de gente que, previendo lo que se nos venía
encima, decidieron ir a contracorriente y apostar contra los bancos. No fue una
operación que estuviera movida por la honestidad, sino por sus propios y
lucrativos intereses personales. Su olfato no les traicionó y cuando todo se
hundió, ellos se forraron. Puede que la velocidad de los diálogos y los tecnicismos
utilizados resulten indigestos para el espectador lego en ingeniería financiera
como este cronista, aunque si nos fijamos bien éste no es un recurso baladí,
pues a través de esa maraña de términos económicos, conceptos y subterfugios
leguleyos es posible atisbar los despojos de tantas vidas que en su ignorancia fueron
estafadas. Una legión de almas desastradas y patéticas que de la noche a la
mañana pasaron de vivir cómodamente a transitar los centros de empleo, parques
y albergues.
Al menos yo, no he tenido la falsa
sensación de que La gran apuesta sea sólo un ejercicio hiperbólico sobre un
asunto terrible y absolutamente descarnado cuando conozco a algunas personas a
las que la crisis ha cebado como a cochinos mientras los efectos del desastres
vestía con harapos a los sufridos trabajadores laminando a la dinámica clase
media. En ninguna otra actividad legal existen tantos mafiosos como en los
vasos comunicantes de la economía y la política, y no hablamos de una práctica
generalizada, pero son tantos los casos y ha sido -y es- tanta la rapiña y la
repugnante impunidad de la que gozan, que el escenario que dibuja Adam McKay se
impone como sumamente realista y alarmante, una propuesta radical porque va a
la raíz podrida del problema para mostrar los métodos que esa delincuencia
organizada de cuello blanco y corbata utilizó para asaltar los paupérrimos
bolsillos de la gente, contando con la anuencia de los poderes políticos y los
prensa, que nunca ejerció su papel de cuarto poder. La película resulta
irritante por las dimensiones del drama, de un asqueroso negocio cimentado con
una argamasa de mantequilla y que tuvo en los bonos basura, los fondos buitre,
las agencias de calificación, la burbuja inmobiliaria y el mercado de las
hipotecas sus actividades más rentables. Todos los actores rayan a gran altura
y el ritmo de la función es verdaderamente trepidante, dotando de vértigo a una
fábula moral en donde no hay nadie inocente y la verdad es un puñal en el
corazón de la mala conciencia.
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