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jueves, 28 de enero de 2016

CRÍTICA: "LA GRAN APUESTA" (Adam McKay, 2015)

La mafia de la crisis
LA GRAN APUESTA êêê
DIRECTOR: DAN MCKAY.
INTÉRPRETES: CHRISTIAN BALE, STEVE CARRELL, RYAN GOSLING, BRAD PITT, JHON MAGARO, FINN WITTROCK.
GÉNERO: COMEDIA / EE.UU. / 2015  DURACIÓN: 123 MINUTOS.   
          
                                                            
      Hasta la fecha, al director Adam McKay sólo se le conocía por haber dirigido comedias al servicio de Will Farrell como El reportero: la leyenda de Ron Burgundy (2004), Pasado de vueltas (2006), Hermanos por pelotas (2008), Los otros dos (2010) y Los amos de la noticia (2013). Es decir, una ristra de películas irrelevantes que poco o nada han aportado a este maravilloso arte que es el cine. Es por eso que me ha sorprendido gratamente que se decidiera a dirigir la adaptación cinematográfica del libro homónimo escrito por el periodista norteamericano Michael Lewis, en donde reflexiona sobre la quiebra del sector inmobiliario que provocó la crisis económica mundial en el año 2008. Temática que ya ha sido tratada en espléndidas películas como Inside Job y Margin Call.


     El film nos sitúa a principios de los 2000. Cuatro tipos fuera del sistema de las altas finanzas predijeron la burbuja del crédito y la vivienda y descubrieron que los grandes bancos, los medios de comunicación y el gobierno se negaban a reconocer el colapso de la economía (vamos, como Zapatero). Entre estos bichos raros estaba Michael Burry (Christian Bale) un amante del heavy metal y jefe de un fondo de capital, y Mark Baum (Steve Carrell) jefe de un fondo de riesgo al que alerta una llamada telefónica equivocada. Su objetivo: hacer el negocio del siglo. Serán otros dos outsiders, los jóvenes inversionistas Charlie Geller (John Magaro) y Jamie Shipley (Finn Wittrock), quienes implorarán al banquero Ben Rickert (Brad Pitt) su ayuda para obtener un sitio en Wall Street, y así sacar provecho de la situación. Cuatro visionarios que decidieron apostar en contra de los bancos por su falta de previsión y codicia. Su arriesgada apuesta les conducirá al lado oscuro de la banca moderna, donde se pone en duda todo y a todos.
     

      
      Quien tenga la impresión de que esta interesantísima película queda emparentada -en la temática y sobre todo en la estética con resonancias al cine de los 70- con El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013) no irá desencaminado aunque La gran apuesta tiene vida propia y lanza una reflexión aún más dolorosa que ni siquiera en clave de comedia es posible desdramatizar. Y es que han sido millones de cadáveres los que ha dejado la maldita y despiadada crisis en su huracanado paso, y es precisamente el tono de comicidad lo que hace la tragedia más lacerante. Cuando se desinfló la burbuja inmobiliaria y mucha gente constató el riesgo de hipotecarse sin dinero ni avales, mientras los bancos sin escrúpulos tenían abierto el grifo de la barra libre del mercado de créditos cuya monstruosa factura hemos tenido que pagar todos, existió un grupo de gente que, previendo lo que se nos venía encima, decidieron ir a contracorriente y apostar contra los bancos. No fue una operación que estuviera movida por la honestidad, sino por sus propios y lucrativos intereses personales. Su olfato no les traicionó y cuando todo se hundió, ellos se forraron. Puede que la velocidad de los diálogos y los tecnicismos utilizados resulten indigestos para el espectador lego en ingeniería financiera como este cronista, aunque si nos fijamos bien éste no es un recurso baladí, pues a través de esa maraña de términos económicos, conceptos y subterfugios leguleyos es posible atisbar los despojos de tantas vidas que en su ignorancia fueron estafadas. Una legión de almas desastradas y patéticas que de la noche a la mañana pasaron de vivir cómodamente a transitar los centros de empleo, parques y albergues.

   
     Al menos yo, no he tenido la falsa sensación de que La gran apuesta sea sólo un ejercicio hiperbólico sobre un asunto terrible y absolutamente descarnado cuando conozco a algunas personas a las que la crisis ha cebado como a cochinos mientras los efectos del desastres vestía con harapos a los sufridos trabajadores laminando a la dinámica clase media. En ninguna otra actividad legal existen tantos mafiosos como en los vasos comunicantes de la economía y la política, y no hablamos de una práctica generalizada, pero son tantos los casos y ha sido -y es- tanta la rapiña y la repugnante impunidad de la que gozan, que el escenario que dibuja Adam McKay se impone como sumamente realista y alarmante, una propuesta radical porque va a la raíz podrida del problema para mostrar los métodos que esa delincuencia organizada de cuello blanco y corbata utilizó para asaltar los paupérrimos bolsillos de la gente, contando con la anuencia de los poderes políticos y los prensa, que nunca ejerció su papel de cuarto poder. La película resulta irritante por las dimensiones del drama, de un asqueroso negocio cimentado con una argamasa de mantequilla y que tuvo en los bonos basura, los fondos buitre, las agencias de calificación, la burbuja inmobiliaria y el mercado de las hipotecas sus actividades más rentables. Todos los actores rayan a gran altura y el ritmo de la función es verdaderamente trepidante, dotando de vértigo a una fábula moral en donde no hay nadie inocente y la verdad es un puñal en el corazón de la mala conciencia.

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