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domingo, 15 de noviembre de 2015

CRÍTICA: LA JUVENTUD (YOUTH, 2015)

El martillo del tiempo
LA JUVENTUD (YOUTH) êêê
DIRECTOR: PAOLO SORRENTINO.
INTÉRPRETES: MICHAEL CAINE, HARVEY KEITEL, RACHEL WEISZ, PAUL DANO, JANE FONDA.
GÉNERO: DRAMA / ITALIA / 2015  DURACIÓN: 118 MINUTOS.    
             
      
    Paolo Sorrentino tiene detrás una sólida carrera cinematográfica aunque mucha gente parece que lo ha descubierto ahora. Nunca es tarde. A mí me empezó a interesar tras el estreno de Las consecuencias del amor (2004) un film inclasificable que nos narra la historia de un hombre maduro que lleva ocho años viviendo en un hotel suizo sin trabajar y abandonado a una rutina  inquietante. Fue con Il Divo (2008) cuando su nombre comenzó a sonar con fuerza. Un film que, recordemos, trata sobre las conexiones de Giulio Andreotti con la mafia. Es La gran belleza (2013) el film que consagra definitivamente al director italiano al ganar el Oscar y el Globo de Oro a la Mejor Película de habla no inglesa, entre otros prestigiosos premios.  La cinta nos presenta a un personaje inolvidable, Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor de 65 años que ha escrito un solo libro y que, dominado por la indolencia y el hastío, , se ve rodeado de una fauna variopinta y decadente de arribistas, aristócratas, políticos y artistas de vidas insustanciales que desarrollan en fastuosos palacios y villas. Un film espléndido. 


      La juventud (Youth) nos presenta a Fred Ballinger (Michael Caine), un gran director de orquesta que está pasando unas vacaciones en un hotel de los Alpes con su hija, Lena (Rachel Weisz) y su viejo amigo Mick (Harvey Keitel), un director de cine al que le está costando terminar su última película. Fred hace tiempo que ha renunciado  a su carrera musical, pero hay alguien que quiere que vuelva a trabajar, desde Londres llega un emisario de la reina Isabel, que debe convencerlo para dirigir un concierto en el Palacio de Buckingham, con motivo del cumpleaños del príncipe Felipe.
      
      
     La juventud (Youth) puede verse como una prolongación coherente de La gran belleza, sólo que esta vez la acción se sitúa en el marco incomparable de un hotel-balneario alpino. Residencia de un grupo heterodoxo entre el que se encuentra un ídolo del fútbol en una lamentable decadencia (un remedo de Maradona), una jovencísima y grácil masajista, una Miss Universo bellísima, un actor inteligente y frustrado porque vive de la fama que le otorgó interpretar a un robot. Todos ellos suman alicientes dotando de un tono pintoresco los dilemas existenciales de la pareja protagonista, dos ancianos encarnados de manera superlativa por Michael Caine y Harvey Keitel. Amigos desde la más tierna juventud y artistas consagrados en el último tramo de sus respectivas carreras. Sobre ellos, Sorrentino deja caer el peso de la historia para realizar una severa reflexión sobre el carácter inexorable del paso del tiempo y la devastación física y mental que supone la vejez, la losa de los recuerdos y las cuentas que quedan pendientes de rendir con el pasado. Ellos representan la sabiduría de la vida y  el testamento sincero. 


     Y resulta realmente conmovedor ver trajinar a esos dos venerables ancianos, con sus achaques físicos, narrar sus desvelos, sus amores y desengaños, lo que pudo haber sido y no fue, los momentos de gloria, las concesiones, el sentimiento de culpa y el miedo a sumergirse en la soledad absoluta. En el, tal vez, último verano de su descontento, el músico retirado al que da oxígeno Caine, lanza una triste mirada retrospectiva a una carrera  exitosa que ahora adivina intrascendente desde la desolación y el vacío que siente; con su mujer  perdida en una enfermedad mental insondable y su hija siendo abandonada por su pareja, precisamente el hijo de su gran amigo y cómplice Nick. Un Harvey Keitel de vital energía que cree poder recuperar los laureles del pasado y sortear los obstáculos en donde lo absurdo se impone a lo racional. Pero hay heridas que no restañan y por las que si uno se asoma sólo ve muerte. Los dos serán testigos de un instante de belleza al contemplar  el cuerpo totalmente desnudo, bello y perfecto, de una mujer joven, porque dotando de sentido al título, nadie añora tanto la juventud como quien carece de ella. Y es que la vida, como el trozo de papel celofán que frota con los dedos Caine para armonizar el latido del tiempo, tiene una cadencia caprichosa y absurdamente trágica. 

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