Inspirándose en la novela autobiográfica de Emmanuelle Arsan publicada en 1959, el
astuto Just Jaeckin no sólo firmó en
1974 una de las más legendarias películas del cine erótico, sino que creó un
fenómeno sociológico que estuvo prohibido en Francia durante seis meses y
cuando se estrenó obtuvo un éxito sin precedentes en ese país, manteniéndose
durante una década en cartelera. La película lanzó a la fama a la modelo
holandesa Sylvia Kristel
convirtiéndola en un mito erótico tan inmarcesible como los sueños húmedos que suscitaba,
en un reconocible icono pop que reproducía su imagen juvenil, su pelo corto, su
torso desnudo adornado con un collar de perlas y sentada, libertina y desafiante,
en una espléndida butaca de mimbre. Aunque el personaje había aparecido por
primera vez interpretado por Erika Blanc
en el film de Cesare Canevari Un hombre para Emmanuelle (Io,
Emmanuelle, 1969), pero no fue hasta la desvergonzada versión
pseudoporno y clasificada X de Jaeckin que el personaje tomó altura formando
parte del imaginario colectivo de una generación que convirtió la función en un
apoteósico éxito internacional arrastrándo a las salas a millones de
espectadores, y que en nuestro país provocó peregrinaciones a Francia para dejarse
envolver por esa transgresión tan humana de los placeres carnales en una
explícita representación nunca vista en una pantalla de cine.
El argumento
es muy simple: una joven recién casada viaja a Bangkok para reunirse con su
marido, un diplomático francés. Allí es iniciada en el sexo por una hermosa
adolescente y guiada por un hombre maduro en los placeres y debilidades de la
carne. Materializando así sus más inconfesables fantasías sexuales animada por
su esposo.
Hoy el film provoca menos picores a una libido
muy traqueteada y alguien puede pensar que no era para tanto, pero en 1974 las
escenas de sexo, violación, masturbación, lesbianismo, tríos, bailes eróticos,
exhibicionismo, promiscuidad y sobre todo esa secuencia en el “Mile High Club”
en la que una bailarina se inserta un cigarrillo en la vagina levantaron
ampollas y era más de lo que podían aceptar las clases más reaccionarias y bien
pensantes. Con un presupuesto de sólo medio millón de dólares, la cinta recaudó
más de 100, y en septiembre de 2006 se publicó en Francia la autobiografía de
Sylvia Kristel, un texto donde relata los abusos que sufrió siendo una niña de
nueve años, así como su turbulenta vida marcada por las drogas, el alcohol y la
búsqueda del padre, que abandonó el hogar familiar por otra mujer.
Kristel comenzó
su carrera como modelo y vivió tortuosas
relaciones con hombres mucho mayores que ella. Debido a su adicción a la cocaína
malvendió su porcentaje de participación en Emmanuelle por 150.000
dólares. Fumadora empedernida de cigarrillos sin filtro desde los once años, le
diagnosticaron un cáncer de garganta en 2001 que, tras varias sesiones de
quimioterapia, superó. Pero años después el cáncer apareció en sus pulmones. En
los últimos años se dedicó a la pintura, y durante una exposición de sus obras
en Amsterdam sufrió un derrame cerebral que la mantuvo hospitalizada hasta su
último aliento. Murió el 18 de octubre de 2012 a los 60 años de edad con la
metástasis devorando un cuerpo por el que varias décadas atrás habían suspirado millones de espectadores. En fin, Emmanuelle
es un clásico del tan popular como vilipendiado género erótico, un film
mediocre en cuanto a los estrictos valores cinematográficos, pero chispeante en
cuanto a su objetivo de liberar la encorsetada mentalidad de la época. Me gusta
especialmente la secuencia en el porche entre la adolescente y la protagonista
envueltas por un tono de mórbida decadencia, y lo seguro es que jamás una
butaca de mimbre lució con tanta belleza.
Sylvia Kristel era guapísima pero la película era mala con avaricia. Aunque mi madre la calificó de "muy bonita" cuando fue a verla a París, mucho antes de que la estrenasen en España.
ResponderEliminarUn abrazo.
En realidad, la película no impone su carácter de mítica por sus valores cinematográficos, sino que, al igual que “El último tango en París”, ésta sí una fastuosa obra maestra, por su impronta transgresora y revolucionaria que dinamitó el pensamiento gazmoño de una época, levantando las sucias enaguas de una Europa reaccionaria sumida desde tiempo ancestrales en las ciénagas inmundas de la corrupción mientras satanizaba todo lo relacionado con el sexo y el pensamiento libre.
ResponderEliminarTu madre debe tener una mentalidad tan liberal como tenía la mía, de ahí nuestra personalidad libérrima e indomable.
Un abrazo