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sábado, 13 de diciembre de 2014

CRÍTICA: "FRÍO EN JULIO" (COLD IN JULY)

Un thriller tenso, sórdido y con personalidad propia
FRÍO EN JULIO  êêê
DIRECTOR: JIM MICKLE.
INTÉRPRETES: MICHAEL C. HALL, SAM SHEPARD, DON JOHNSON, VINESSA SHAW, NICK DAMICI.
GÉNERO: THRILLER /EE. UU. / 2014. DURACIÓN: 109 MINUTOS.

      Puede que Jim Mickle sea un desconocido para el público de multisalas tan estandarizado por los blockbusters y artefactos de calidad cuestionable que se ven alzados a la cima de la taquilla por una machacona y agresiva campaña publicitaria, pero ni mucho menos lo es para el cinéfilo impenitente y voraz siempre atento a lo que se mueve en todo el mercado con una insaciable rapiña, y en donde siempre es posible encontrar alguna perla realizada con un presupuesto de guerrilla. Fue el caso de Mulberry Street (2006) el debut de Mickle en la dirección, un film de serie B apañadito realizado con un presupuesto mísero que narra una terrible infección desatada en Manhattan que convierte a los humanos en una especie de criaturas similares a ratas sedientas de sangre. Sintiéndose cómodo en el género de terror, que suele dar mucho juego, el director nacido en Pennsylvania presentó en 2010 una pieza superior a la anterior que lleva por título Stake Land, que en una América postapocalíptica nos cuenta cómo una plaga convierte a la gente en vampiros. El pasado año Mickle realizó el remake de la exitosa película mexicana Somos lo que hay (Jorge Michel Grau, 2013), y que con el título Somos lo que somos (We Are What We Are) supera al original con un argumento que nos presenta a una peculiar familia de caníbales, y que sin apenas sangre hace que se te revuelva el estómago.


     Confieso que tenía ganas de ver lo que nos podía ofrecer Mickle en un género como el thriller tras haber dejado huella con tan terrorífica trilogía. Frío en julio nos sitúa en 1989 en Texas. Richard Dane (Michael C. Dane) mata accidentalmente a un intruso que ha entrado en su casa a robar, lo que hace que la gente del pueblo le mire como un héroe local. El problema es que el ladrón es hijo de Ben Russell (Sam Shepard), un criminal recién salido de la cárcel que, en venganza, se dedica a asustar a la familia de Dane. Éste, descubre casualmente que el hombre que mató no es hijo de Russell, y con la ayuda del detective privado Jim Bob (Don Johnson) y del propio Ben, parten en busca del hijo de Russell para averiguar a quién mató Richard realmente. Cuando descubren que Freddy Russell está metido en un negocio de snuff movies, comprenden el peligroso entramado en que están metidos y la dificultad de salir ilesos de él.


     Frío en julio supone uno de los primeros trabajos destacados para el cine de Michael C. Hall (protagonista de la serie televisiva Dexter), un trabajo sobrio y esperanzador por lo que este prometedor actor puede aportar a la pantalla grande. Si hay algo que marca el desarrollo de un film que rinde pleitesía al cine de los años 80 y concretamente al inicíatico de Walter Hill, John Carpenter, John Dahl y los Coen, es la brusquedad de un giro que bifurca su trama  hasta el punto de que el espectador puede tener la sensación de haber visto dos películas: un primer tramo que parece evaporarse con la detención del peligroso Russell; y un segundo tramo con el descubrimiento de que el hijo de Russell vive y la llegada del detective cowboy al que da vida Johnson. Esa fragmentación aporta un nuevo color y sirve para diluir una historia sórdida en donde podemos observar una multiplicidad de atmósferas, ritmos disímiles y los ánimos cambiantes propios de la condición humana. Nos encontramos, probablemente, ante el mejor thriller indie del presente año, algo a lo que ayuda las potentes interpretaciones de los veteranos Sam Shepard (taciturno e inquietante) y un socarrón Don Johnson, pero también el pulso firme de un director que lejos de convencionalismos sabe mantener la tensión hasta el final, a través de un desarrollo que hace fluir una sinergia que subraya las constantes vitales y fatalistas del trío protagonista en un itinerario lleno de trampas  y un cierto aire de western crepuscular.



      La culpa, el remordimiento, la inseguridad, el eco de la venganza purificadora, los inquebrantables lazos de amistad, el miedo, los inimaginables límites del salvajismo, las complejas relaciones paternofiliales y el extremo concepto de la justicia, planean sobre una trama de vocación claramente revisionista y de la que emerge una violencia seca. Adaptación libre de la novela de John R. Lansdale, en donde los estereotipos masculinos están marcados en origen por un extenso territorio en el que uno tiene que aprender muy pronto a sobrevivir y del subconsciente colectivo fluye una retorcida visión bíblica del bien y el mal. Frío en julio avanza como un tren brujo por un túnel de espejos deformantes en donde nada de lo representado parece tener una correspondencia real, y si esas oscuras mafias abonadas al negocio de las snuff movies nos puede hacer evocar films como Hardcore: un mundo oculto o Asesinato en 8 mm, el esfuerzo de Mickle porque su película tenga personalidad propia se ve recompensado en la dolorosa transición hacia el bestial clímax final, una matanza redentora que en la línea de Taxi Driver o El expreso de Corea, queda lejos de escenificar una simple masacre harboiled, y pone énfasis en la herida espiritual y mortal de ese padre que, en la deriva trágica de su fracaso,  abandonó hace tiempo toda responsabilidad. 

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