Víctimas de las cloacas del
Estado
MATAR AL
MENSAJERO êêê
DIRECTOR: MICHAEL CUESTA.
INTÉRPRETES: JEREMY RENNER,
MARY ELIZABETH WINSTEAD, RAY LIOTTA, MICHAEL SHEEN, BARRY PEPPER, ANDY GARCÍA,
PAZ VEGA.
GÉNERO: THRILLER /EE. UU. / 2014 DURACIÓN: 112MINUTOS.
Avanzada la década de los setenta del
pasado siglo tuvo lugar el estreno de una película clave que lleva por título Todos
los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), film que marcó un
antes y un después en el subgénero del cine sobre periodismo de investigación
en una época marcada todavía por las tensiones de la Guerra Fría y las más
conspicuas teorías conspiranoicas. El mítico film narra, a raíz de un robo con
escalo en el complejo Watergate, sede
electoral del Partido Demócrata, la investigación llevada a cabo por los
periodistas del Washington Post Bob
Woodward (Robert Redford) y Carl
Bernstein (Dustin Hoffman) que acabó inculpando por espionaje político a
cinco colaboradores del presidente Richard Nixon y obligando a dimitir
ignominiosamente a éste. Tras ver Matar al mensajero no me cabe
ninguna duda de que aquel excelente film ha servido de gran inspiración a Michael Cuesta (El fin de la inocencia)
para poner en marcha un proyecto basado también en un hecho real y que tiene
como eje central la desesperante historia vivida por el periodista Gary Webb,
dando como resultado un aseado thriller político, una película necesaria y
comprometida que recupera una historia
desconocida para muchos y olvidada por casi todos.
El film sigue a Gary
Webb (Jeremy Renner) quien trabaja para el periódico local San José
Mercury News a finales de la década de los 80. Un día se cruza con Coral
Baca (Paz Vega), la amante de un narcotraficante que está siendo
juzgado, y que entrega a Webb un material muy comprometedor: pruebas que
conectan a un tal Danilo Blandon, un capo de la droga, con la CIA. La historia
es terrorífica: la CIA había creado una red de venta y tráfico de drogas en
Estados Unidos con idea de financiar durante la era Reagan a la Contra
nicaragüense. Webb publica un artículo que pone en alerta a la comunidad
afroamericana: los barrios negros fueron inundados de crack mediante un
narcotráfico destinado a abastecer de dinero y armas a la CIA. La vida de Webb
se convierte a partir de entonces en un tormento en lo personal y en lo
profesional.
La veracidad de estos hechos terribles, gravísimos, absolutamente
devastadores investigados y denunciados por Webb (la CIA traficando con crack y
diseminando las esporas de la muerte en los barrios negros para financiar a la
grupos contrarrevolucionarios nicaragüenses) fue confirmada años después por la
agencia de inteligencia norteamericana en declaraciones que pasaron
inadvertidas en pleno escándalo Clinton-Lewinsky. El reportero Gary Webb murió
en diciembre de 2004 ¿la causa? Presuntamente se suicidó. Matar al mensajero nos narra una historia muy sucia y
escabrosa urdida desde las pestilentes cloacas del Estado, y Michael Cuesta
imprime un ritmo frenético acorde con lo narrado a un relato en el que Jeremy
Renner pone toda la carne en el asador metido de lleno en la investigación
hasta que logra sacar a la luz la verdad, momento en que tendrá que hacer
frente a una serie de problemas, calumnias y amenazas que llevarán a su caída
en desgracia. La película queda así dividida en dos partes relacionadas
aunque bien diferenciadas cada una de ellas rodadas con un tono distinto,
tratando de esta manera de marcar los pasos del calvario por el que tuvo que
pasar un hombre valiente solo frente al sistema. Queda en la retina la imagen
magnética del periodista honrado, heroico e insobornable que hace mucho tiempo,
para desgracia de nuestra sociedad, ha pasado a mejor vida.
Cuesta logra que mantengamos el interés
durante las casi dos horas de metraje, algo en lo que tiene mucho que ver un
magnífico Jeremy Renner en una
interpretación portentosa rebosante de recursos de buen actor y llena de
matices que dota de intensidad e identidad a un personaje asistido por el
coraje, las dudas, la ambigüedad, el instinto, la vulnerabilidad, la
determinación y la soledad que adquiere una dolorosa dimensión cuando pierde el
apoyo de su periódico, momento en que gozará de la empatía total del espectador
entregado ya hasta ese final triste, hiriente y descorazonador que nos hace
rememorar todo lo vivido e imaginar lo
que jamás veremos. Matar al mensajero es un film amargo que proyecta una visión
pesimista sobre los designios del poder y la condición humana, que al mismo
tiempo despide destellos esperanzadores sobre el espíritu indómito de esos
escasos hombres que se lo juegan todo en la búsqueda de la justicia y la
verdad. Enfangados como estamos en esta ciénaga de miserias y podredumbres,
la cinta puede servir como toque de atención a esa parte ingenua de la sociedad
que todavía cree a ciegas en las instituciones como garantes de su defensa y la
legalidad, cuando en realidad sólo atienden a sus propios intereses bastardos:
el juego de la sucia política y las incontables víctimas inocentes que deja a
su paso.
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