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lunes, 13 de octubre de 2014

3 ACTRICES, 3 AMORES

    JENNIFER CONNELLY 
  

    Jennifer Connelly (Nueva York, 1970) seguramente no pasará a la historia por ser una de las más grandes actrices de Hollywood, empero, para el arriba firmante, ocupará siempre un lugar preferente entre las más bellas intérpretes de todos los tiempos. Con una ya dilatada carrera dentro del mundo del celuloide, Jenny comenzó a muy corta edad en el mundillo del espectáculo gracias, precisamente, a su imponente belleza, su elegancia y a la mediación de un amigo de la familia que le ofreció la oportunidad de trabajar como modelo en anuncios publicitarios (mide 1´71) y en algún vídeo-clip. Nadie, y mucho menos sus fans, olvidaremos su esplendoroso debut cinematográfico de la mano de Sergio Leone en la magistral Érase una vez en América (1984). Aún soy capaz de recuperar el eco tenue de mis suspiros cuando, desde la desvencijada butaca de un cine de barrio barcelonés, me hipnotizó bailando a escondidas en aquel viejo almacén de un  bar sin saber que era espiada. ¡Madre mía! Hay momentos vividos en una sala de cine que son imborrables, ése es uno de ellos por su potente latido melancólico ambientado por las notas de la hermosa y tristona melodía “Amapola, lindísima amapola”, y mi enfermizo vouyerismo.
     
     No obstante, su carrera está llena de altibajos (repasen su filmografía), de más sombras que luces, pincelada por momentos de gloria muy puntuales, aunque su presencia siempre resulte estimulante. La recuerdo en aquella película italiana de terror titulada Phenomena (1985) que dirigida por el maestro del giallo Dario Argento tuvo bastante repercusión en Europa. Estaba febrilmente sexy en su papel de femme fatal haciendo perder la cabeza a Don Johnson en el fallido thriller dirigido por Dennis Hopper Labios ardientes (1990), y sórdidamente erótica y martirizada en Mulholland Falls: La brigada del sombrero (Lee Tamahori, 1996), su aparición en aquella siniestra película casera despertó sin duda nuestro morbo… y alguna cosa más. En el año 2001 le llego el reconocimiento con Una mente maravillosa (Ron Howard), lacrimógena película que le hizo ganar un Oscar y un Globo de Oro como Mejor Actriz de Reparto dando oxígeno a la comprensiva y sufrida esposa de John Nash (Russell Crowe), un matemático aquejado de esquizofrenia.

      
      “Hay mujeres veneno, mujeres y mar / mujeres de fuego y helado metal”, canta Joaquín Sabina desde mi MP3, y como diría el gran James Ellroy, hay mujeres que invitan al crimen, que te hunden en la locura, que te hacen sentir un despojo pudriéndose en la extensión infernal de un remoto desierto. Miren la foto, el cabrón de Paul Bettany (compañero de reparto en la escarizada película citada) ha tenido mucha suerte. No sé que vio Jenny en él, pero es fácil adivinar lo que yo veo en ella. He tenido un insólito sueño en el que aparecía una inmensa pradera verde paraíso, por la luz y la placidez debía de estar situada en Suiza o en Holanda, una campiña atestada de vacas distraídas sólo en pastar y ver pasar trenes. Jennifer estaba allí, radiante en su blanca desnudez, y yo, “sorprendido barra ilusionado”, ansiaba un revolcón por aquella alfombra húmeda con olor a grama y caca de vaca. No así Jenny, empeñada en enseñarme la técnica de ordeñar unas temblorosas y rosadas ubres de curiosa analogía fálica. Admiro la perfección de sus pechos (los de Jenny, no los de las vacas) que rozan la provocación y el insulto, su mirada me transporta a confines aún sin explorar… Pero, Jenny ¿por qué me miras así?... Los buitres acaban de devorar los últimos restos de mi sueño.

JESSICA BIEL

Jessica Biel (Ely, Minnesota, 1982) no es, admitámoslo, una gran actriz. Comprenderán que son –a la vista están- otros los atributos y otros los motivos que la hacen aparecer en esta sección. Jessie, que así la llaman sus familiares y amigos, mide 1´71, es vegetariana y con 14 años debutó en la serie televisiva El séptimo cielo (titulada en nuestro país “Siete en el paraíso”), con la que alcanzaría una gran popularidad,  tanto que la llevó a debutar un año más tarde en la pantalla grande  en el drama dirigido por Víctor Núñez y protagonizado por Peter Fonda El oro de Ulises. La mayor frustración de su incipiente carrera fue no poder conseguir el papel que encarnó Thora Birch en la escarizada película de Sam Mendes American Beauty.
    
     Para no deprimirse y de paso desechar la imagen dulce e infantilona que le había dado notoriedad en la citada serie televisiva (y que ella cree que fue la causa que le impidió optar al ansiado papel), posó en topless para la revista “Gear”, un suculento reportaje fotográfico del que todavía es posible rescatar algunas instantáneas en la red. De su filmografía, que consta de poco más de una docena de títulos, destacamos su participación en Las reglas del juego (Roger Avary, 2002), su trabajo en el remake de La matanza de Texas filmado por Marcus Nispel en 2003 (fue la presa favorita de esa masa descerebrada llamada Cara de Cuero, un papel con el que bien pudo ganar un concurso de camisetas mojadas), y como partenaire de Edward Norton en El Ilusionista (Neil Burger, 2006).
       
Todo es discutible, pero de Jessica se dice que tiene las tetas más perfectas y los ojos más exóticos de Hollywood. Es, en todo caso, una elección muy difícil. Opino que son sus carnosos, deleitables y excitantes labios –sin pizca de botox y por encima de los más voluptuosos de Angelina Jolie y Scarlett Johansson-, lo que más inquietud crea en mis instintos de animal manso y baboso. Miremos la fotografía tomada en unos lavabos públicos (no teman, la sesión pudo terminar sin que el lavabo se desplomara con nuestra Jessie rodando por el suelo), una imagen rebuscada un tanto delirante y de cierto matiz postindustrial, fijémonos en que pocas como ella tienen la habilidad de fundir rebeldía con sofisticación, deshinibida, despeinada, con las bragas o culot insinuando sus potentes glúteos y el preciso ángulo de su espalda dejando ver sensitivas tabletitas abdominales. Sí, Jessie  también es de carne y hueso, por eso la queremos. ¡Ojo!, aunque cercana y corpórea, nos mira desde Minnesota. Para ella, estos versos del más maldito entre los malditos poetas españoles, el recientemente fallecido Leopoldo María Panero, su título “Hembra…” (El último hombre, 1984): “Hembra que entre mis muslos callabas / de todos los favores que te prometí / te debo la locura”.   

MARIE GILLAIN

   Tirando los dados por la red, hay veces que una simple foto te puede rescatar del hastío de la actualidad política y la molicie. La mujer que aparece de espaldas en esta sugestiva instantánea no es una modelo profesional, aunque en contadas ocasiones luzca su exótico esplendor por las pasarelas. Marie Gillain, que así se llama la dama, es actriz, y si bien sigue siendo una desconocida para el espectador español, cuenta ya, a pesar de su juventud, con un respetable itinerario filmográfico. Descubierta para el público internacional por el gran Bertrand Tavernier, que le brindó el papel protagonista de la magistral La Carnaza (1994), un film que se alzó con el Oso de Oro del Festival de Berlín e inspirado en un hecho real que conmocionó a la sociedad francesa, a la sazón la historia de una chica perteneciente a una familia acomodada y empleada en una boutique, que sirve de cebo (o carnaza) para que sus dos amigos roben y asesinen a los ejecutivos y comerciantes que forman parte de su preciada agenda de contactos. Total, para poder llevar a cabo el estúpido sueño de montar una cadena de ropa al estilo Naf-Naf.
     
    Fíjense en la foto 1 (Yahoo Imágenes), data de 1999 y está firmada por Phillip Dixon, si les es posible, aparten  unos segundos la mirada de su magnético, sinuoso y rotundo culo. Claven sus ojos en su hermosa espalda de nadadora, en la sumisa languidez de sus brazos formando un marco insuperable. No se aprecia bien, pero camina por un estanque, su cabello negro está húmedo, el vestido de color salmón o calabaza –de seda o gasa, vaya usted a saber- está mojado y pegado a su cuerpo como para realzar lo que realmente importa. Observemos que, al andar, su cintura dibuja un arco perfecto. Sigan mirando, mientras yo me permito fundir la belleza con la poesía transcribiendo unos bellísimos versos del mejor y más injustamente ignorado poeta villanovense, Miguel Romero Carmona, sacado de su magnífico poemario Lo malo de que tú no existas (poemas de amor), publicado por el mismo autor cuando estudiaba Derecho en Cáceres en 1979: “¿Cuál es el mundo perdido que no encuentras en un pubis?/En él están las respuestas de las húmedas pirámides/y el agua que chorrea por los muros/ y las llamas que increpan a las precarias luces/que entre los muslos cobijas

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