¿De qué coño va este artilugio?
TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN ê
DIRECTOR: MICHAEL
BAY.
INTÉRPRETES: MARK
WHALBERG, NICOLA PELTZ, STANLEY TUCCI, JACK REYNOR, KELSEY GRAMMER, SOPHIA
MYLES.
GÉNERO:
FANTÁSTICO / EE. UU. / 2014 DURACIÓN: 165 MINUTOS.
SALA DE EXHIBICIÓN: CINES
VICTORIA (Don Benito).
Todo apuntaba a que era una saga acabada
(no hubiera estado mal), pero la recaudación obtenida en su primer fin de
semana de exhibición en Estados Unidos (más de 100 millones de dólares) y más
de 300 en todo el mundo nos hace pensar que a pesar de la muy discutible
calidad de esta chuchería visual, habrá saga para rato. El éxito de esta cuarta
entrega no se debe apuntar sólo al olfato comercial de ese director
destroyer llamado Michael Bay -que algo tendrá que ver-, puede que también a la
ansiedad de muchos fans del artefacto pues han pasado tres años desde el
estreno de Transformers: El lado oscuro de la luna (2011), pero yo pienso
que la presencia de Mark Whalberg como protagonista ha sido decisiva para dar
un nuevo impulso al juguete, un actor que tiene mucho gancho al otro lado del
Atlántico.
Han pasado ya
cuatro años desde el incidente de Chicago y la humanidad continúa reparando los
destrozos, pero tanto los Autobots como los Deceptions han desaparecido de la
faz de la Tierra. Ahora, la administración estadounidense está usando la
tecnología rescatada en el asedio de Chicago para desarrollar sus propios
Transformers. Al frente del proyecto está Joshua
Joyce (Stanley Tucci), cuya tesis es que los Atobots son basura tecnológica
y cree que puede diseñar unos robots mucho más avanzados. Mientras tanto, Cade Yeager (Mark Whalberg), un
mecánico inventor, encuentra un Marmon semi-tráiler y, cuando intenta
repararlo, no sólo descubre que era un Transformer, también que es el mismísimo
Optimis Prime, líder de los Autobots. Un descubrimiento que tendrá inesperadas
consecuencias en su vida.
Los fanáticos de
esta saga (que yo creo que sólo van al cine a ver estas tonterías) me tendrán
que explicar un día qué ven en ella que yo soy incapaz de apreciar. TRANSFORMERS:
LA ERA DE LA EXTINCIÓN nos vuelve a contar lo mismo con el agravante de
que ni siquiera se ha variado algún componente de la fórmula, así todo resulta
reiterativo, y no es extraño que los aficionados pioneros de la historia
rememoren una y otra vez la película de animación de 1986. Como era de esperar,
este universo de chatarra también se torna ridículamente trascendente, como si
hubiera algo profundo que subrayar en esta cacofonía de la destrucción y el
caos. Más allá de la presentación de unos nuevos robots, los Dinobots,
armatostes metálicos capaces de transformarse en gigantescos dinosaurios, la
novedad es que a Bay y sus atribulados guionistas, les ha dado por situar la
última parte de la función en China, innovación que tiene mucho que ver con el
sentido únicamente mercantilista del film para meter el diente en el mercado
asiático. El primer gran error es el
retraso de la entrada en acción de Optimus Prime; el segundo, su escandaloso
metraje de casi tres horas para contar una bobada y para lo que la acción se
estira como un condón usado; y el tercero, una retahíla de momentos de acción
confusa, mareante y dislocada, sello habitual del cineasta mediocre que está
detrás de la cámara.
Son los Dinobots los
que protagonizan algunas de las escenas más locas de la cinta (ese triceratops
derribando con la cabeza una espectacular nave espacial de un cabezazo) y entre
el delirio y el exceso, lo mejor de esta estruendosa película, la presencia
deslumbrante de Nicola Peltz, un
tremendo cañón, un pibón del que seguramente oiremos hablar mucho en el futuro
y que en el film encarna a la hija de 17 años de un Whalberg que la intenta
proteger de los chicos. No creo que nadie piense que este blockbuster tiene
como base sólida algo parecido a un guión, pues lo único que encontramos es
desmadre visual y volcánicas explosiones pirotécnicas que producen en el
espectador un estado psíquico y un agotamiento en la vista parecido al que sufría
Malcolm McDowell en la dolorosa terapia de la Naranja Mecánica, el recurso mediocre de un director megalómano y
prototípico de la decadencia del producto fast-food hollywoodiense. Y así, nada importa la deriva del crescendo
dramático ni el falaz dibujo de los personajes, y todo lo fía a la
multiplicidad de planos, los efectos CGI, el humor tonto y un anodino reparto
en el que casi todos parecen salidos de un desfile de modelos. De lo que se
trata es de crear confusión y congestionar los sentidos de los sufridos
espectadores, que terminan preguntándose ¿de qué coño va este artilugio? Un
misterio para el que ni Stephen Hawking tiene respuesta.
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