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domingo, 10 de agosto de 2014

CRÍTICA DE: "TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN"

¿De qué coño va este artilugio?
TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN ê
DIRECTOR: MICHAEL BAY.
INTÉRPRETES: MARK WHALBERG, NICOLA PELTZ, STANLEY TUCCI, JACK REYNOR, KELSEY GRAMMER, SOPHIA MYLES.
GÉNERO: FANTÁSTICO / EE. UU. / 2014  DURACIÓN: 165 MINUTOS.   
SALA DE EXHIBICIÓN: CINES VICTORIA (Don Benito).
    
      Todo apuntaba a que era una saga acabada (no hubiera estado mal), pero la recaudación obtenida en su primer fin de semana de exhibición en Estados Unidos (más de 100 millones de dólares) y más de 300 en todo el mundo nos hace pensar que a pesar de la muy discutible calidad de esta chuchería visual, habrá saga para rato. El éxito de esta cuarta entrega no se debe apuntar sólo al olfato comercial de ese director destroyer  llamado Michael Bay -que algo tendrá que ver-, puede que también a la ansiedad de muchos fans del artefacto pues han pasado tres años desde el estreno de Transformers: El lado oscuro de la luna (2011), pero yo pienso que la presencia de Mark Whalberg como protagonista ha sido decisiva para dar un nuevo impulso al juguete, un actor que tiene mucho gancho al otro lado del Atlántico.

      Han pasado ya cuatro años desde el incidente de Chicago y la humanidad continúa reparando los destrozos, pero tanto los Autobots como los Deceptions han desaparecido de la faz de la Tierra. Ahora, la administración estadounidense está usando la tecnología rescatada en el asedio de Chicago para desarrollar sus propios Transformers. Al frente del proyecto está Joshua Joyce (Stanley Tucci), cuya tesis es que los Atobots son basura tecnológica y cree que puede diseñar unos robots mucho más avanzados. Mientras tanto, Cade Yeager (Mark Whalberg), un mecánico inventor, encuentra un Marmon semi-tráiler y, cuando intenta repararlo, no sólo descubre que era un Transformer, también que es el mismísimo Optimis Prime, líder de los Autobots. Un descubrimiento que tendrá inesperadas consecuencias en su vida.

      Los fanáticos de esta saga (que yo creo que sólo van al cine a ver estas tonterías) me tendrán que explicar un día qué ven en ella que yo soy incapaz de apreciar. TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN nos vuelve a contar lo mismo con el agravante de que ni siquiera se ha variado algún componente de la fórmula, así todo resulta reiterativo, y no es extraño que los aficionados pioneros de la historia rememoren una y otra vez la película de animación de 1986. Como era de esperar, este universo de chatarra también se torna ridículamente trascendente, como si hubiera algo profundo que subrayar en esta cacofonía de la destrucción y el caos. Más allá de la presentación de unos nuevos robots, los Dinobots, armatostes metálicos capaces de transformarse en gigantescos dinosaurios, la novedad es que a Bay y sus atribulados guionistas, les ha dado por situar la última parte de la función en China, innovación que tiene mucho que ver con el sentido únicamente mercantilista del film para meter el diente en el mercado asiático. El primer gran error es el retraso de la entrada en acción de Optimus Prime; el segundo, su escandaloso metraje de casi tres horas para contar una bobada y para lo que la acción se estira como un condón usado; y el tercero, una retahíla de momentos de acción confusa, mareante y dislocada, sello habitual del cineasta mediocre que está detrás de la cámara.
       Son los Dinobots los que protagonizan algunas de las escenas más locas de la cinta (ese triceratops derribando con la cabeza una espectacular nave espacial de un cabezazo) y entre el delirio y el exceso, lo mejor de esta estruendosa película, la presencia deslumbrante de Nicola Peltz, un tremendo cañón, un pibón del que seguramente oiremos hablar mucho en el futuro y que en el film encarna a la hija de 17 años de un Whalberg que la intenta proteger de los chicos. No creo que nadie piense que este blockbuster tiene como base sólida algo parecido a un guión, pues lo único que encontramos es desmadre visual y volcánicas explosiones pirotécnicas que producen en el espectador un estado psíquico y un agotamiento en la vista parecido al que sufría Malcolm McDowell en la dolorosa terapia de la Naranja Mecánica, el recurso mediocre de un director megalómano y prototípico de la decadencia del producto fast-food hollywoodiense. Y así, nada importa la deriva del crescendo dramático ni el falaz dibujo de los personajes, y todo lo fía a la multiplicidad de planos, los efectos CGI, el humor tonto y un anodino reparto en el que casi todos parecen salidos de un desfile de modelos. De lo que se trata es de crear confusión y congestionar los sentidos de los sufridos espectadores, que terminan preguntándose ¿de qué coño va este artilugio? Un misterio para el que ni Stephen Hawking tiene respuesta.
     

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