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domingo, 8 de junio de 2014

TIEMPO DE REPOSICIONES: EL ESPÍA QUE SURGIÓ DEL FRÍO (1965)

      
      El cine sobre espías siempre me ha resultado muy atractivo, sobre todo aquellas películas que centran su acción en el largo periodo de la Guerra Fría, una época en la que el espionaje alcanzó su zenit más tenebroso con el espionaje y el contraespionaje entre dos bloques graníticos: la URSS  y sus países satélites y Estados Unidos y los países occidentales. Basada en la novela homónima de John LeCarré, pseudónimo de David Cornwell, antiguo agente secreto británico, EL ESPÍA QUE SURGIÓ DEL FRÍO (1965) tiene como escenarios Londres, el Berlín occidental y el Berlín oriental a lo largo de varios meses de 1962, y nos narra  la historia de Alec Leamas (Richard Burton), agente de la inteligencia británica, soltero, con 20 años de servicio y que como no desea abandonar la clandestinidad para ocupar un puesto burocrático acepta una misión muy arriesgada. La misión consiste en hacerse pasar por un desertor, y para que ello resulte verosímil se las ingenia para desacreditarse y desacreditar a sus jefes  hasta que les expulsan de la agencia de inteligencia británica. De este modo, no encuentra muchas dificultades para introducirse en los círculos de espionaje comunistas. Sin embargo, el agente acaba descubriendo que su misión es una tapadera y un instrumento al servicio de un complot secreto.


      El film, con un carácter independiente y producido y dirigido por Martin Ritt, nos muestra de manera contundente y cruda el turbio entramado del espionaje en plena Guerra Fría, lo que le sirve a Richard Burton para crear una de las grandes interpretaciones de su carrera. Inolvidable su retrato de un ser solitario, desencantado, con demasiado apego al alcohol y que conoce a una bibliotecaria, Nancy Perry (Claire Blomm) de la que se enamora sinceramente. El gran mérito de Ritt, uno de los damnificados por la caza de brujas del senador McCarthy, es guiar al espectador por un lúgubre laberinto de espías y agentes dobles, de giros sin señalizar y momentos de tensión extrema sin que el espectador se pierda en ningún momento, ayudado por la sobrecogedora fotografía en blanco y negro de Oswald Norris que genera una atmósfera gélida, sórdida y de una decadente amargura.



       EL ESPÍA QUE SURGIÓ DEL FRÍO se puede ver hoy como un extraordinario film-documento alejado diametralmente del halo glamouroso, frívolo y paradisíaco de las películas de James Bond, Ritt recrea el latido cotidiano del espionaje, la desconfianza, la sombra permanente de la traición, la clandestinidad, la vigilia, las falsas identidades, la vida ascética y la tensión psicológica, el aroma mohoso, acre y asfixiantemente hermético que se respiraba en el Telón de Acero, un cosmos impenetrable para eruditos de la mentira y las trampas. Como el progresivamente derrumbado Leamas, desengañado por las cosas que ha visto y víctima de tramas que ni siquiera sospecha, Ritt dota al film de un barniz pesimista e implacable que lanza un mensaje demoledor sobre la conciencia humana, abocando al espectador a un final triste y deprimente, un clima emocional que pone al descubierto la manipulación política y la deshumanización de las potencias en conflicto (El Pacto de Varsovia y la OTAN) extremos que se tocan, que fabrican agentes dobles que lo mismo les da trabajar para un bando que para otro, inmersos en un inframundo siniestro que arruina vidas, que juega con el destino de la humanidad y en donde nadie conoce a nadie.

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