Páginas

jueves, 2 de enero de 2014

MIS PELÍCULAS FAVORITAS: "LA LEY DE LA CALLE" (RUMBLE FISH)

LA LEY DE LA CALLE
(RUMBLE FISH)
Drama Juvenil - USA, 1983 - 90 Minutos - Blanco y Negro.
DIRECTOR: FRANCIS FORD COPPOLA.
INTÉRPRETES: MICKEY ROURKE, MATT DILLON, VINCENT SPANO, DIANE LANE, DIANA SCARWID, NICOLAS CAGE, DENNIS HOPPER.
   
      Para la factoría de Roger Corman, del que fue ayudante de dirección, Francis Ford Coppola dirigió en 1963 Dementia 13, un film infumable de terror serie Z. Anteriormente había realizado algunos cortos y posteriormente ganaría prestigio como guionista de ¿Arde París?, Reflejos en un ojo dorado y Patton. Sin embargo, es en el año 1969 con Llueve sobre mi corazón cuando empieza a mostrar destellos de su talento y una indudable aptitud técnica. Tras el rotundo fracaso de Corazonada (1981), toda una fantasía romántica de luces y de colores en donde prueba con el cine electrónico, y que de paso le deja sentado en el umbral de la ruina económica, Coppola adapta dos novelas de S. E. Hinton rodadas en el mismo año, Rebeldes (1983) y La ley de la calle (1983), dos cintas que versan sobre un mismo tema: la delincuencia y la lucha entre bandas callejeras, films que sirvieron de trampolín para los integrantes de una nueva generación de jóvenes actores bautizados como “pandilla de mocosos”.
    
      La ley de la calle es una crónica callejera sobre la problemática juvenil, en donde el joven Rusty James (Matt Dillon) anda siempre buscando pelea con otros chicos, añora a su hermano al que todo el mundo conoce como “el chico de la moto” (Mickey Rourke) y que hace tiempo se marchó de la ciudad, un hermano al que idolatra hasta el punto de soñar con ser un día como él. Rusty James recibe una puñalada en el transcurso de una de tantas peleas en las que se ve envuelto, el chico de la moto reaparece en ese momento salvando a su hermano y evitando una tragedia mayor. Hay un policía que vigila todos los movimientos de nuestro héroe, al que considera persona non grata, quizás porque no se fía, tal vez porque le teme. No sabe que a éste su estancia en California le ha cambiado, le ha hecho reflexionar e intenta desmitificar la imagen de figura legendaria que su hermano pequeño tiene de él, está desencantado y quiere olvidar el pasado, constatando además que las pandillas ya no son lo que eran, pues han degenerado a causa de las drogas. El padre de ambos (Dennis Hopper) convertido en borracho incurable, malvive en un penoso estado. En un paseo por las fiestas del barrio, “el chico de la moto” confiesa que es daltónico, lo que le hace ver la vida como una televisión a blanco y negro con el sonido muy bajo, esto le lleva a tener una especial sensibilidad y una extraña obsesión por los peces de colores.


    Estamos ante una de mis películas favoritas de Francis F. Coppola, a pesar de que sus más atribulados exégetas opinen que es un film menor de simple supervivencia. Sin poner en cuestión tal aseveración, también es verdad que nos encontramos ante una de sus obras más filosóficas y emocionales, en la que desarrolla un discurso académico que el director se encarga de subrayar con mensajes claramente doctrinales. La ley de la calle está rodada en las mismas localizaciones que Rebeldes -la ciudad de Tulsa (Oklahoma)- y repiten algunos actores que ya trabajaron en aquella, pero ahora nos encontramos con una obra muy superior a esa primera y mediocre adaptación de un relato de Hinton, no sólo porque la obra en que se basa denota una mayor madurez de la escritora -cuando escribió Rebeldes tenía solo 16 años-  también porque Coppola se olvida de desarrollar la trama para centrarse en crear un relato totalmente atmosférico, todo un espectáculo de puro cine en el que brilla el elemento esencial de la tristeza onírica. Las magníficas imágenes con las que abre el film, en las que se ven unas nubes pasar a una velocidad vertiginosa en un blanco y negro espectral -gracias a la soberbia y atractiva fotografía de Stephen H. Burum- parecen remarcar ya desde el principio lo efímero del tiempo y lo absurdo de esa quimera llamada felicidad.
   

  Este microcosmos circular, escenario sombrío de límites tangibles y abundante en personajes existencialistas, refleja una mirada abrasiva sobre la desolación de unos seres desorientados, introspección melancólica y fatalista que nos hace evocar referencias visuales que basculan entre el expresionismo de Orson Welles y el romanticismo autodestructivo de Godard o Nicholas Ray. Cierto es que el inconfundible estilo personal de Coppola, su intransferible lenguaje cinematográfico, la belleza de las imágenes, la excelente música de Steward Copeland, se sobreponen a la historia y dominan todo el film, por algo este cineasta, siempre en busca de nuevos horizontes y una estética lejos de lo establecido, renovador de la poesía cinematográfica, que sabe ahondar en sensibilidades humanas, está considerado unánimemente como un maestro.

      
      En el film, rodado en blanco y negro, el color adquiere un carácter simbólico; Motorcycle Boy sólo ve en color los peces a los que hace referencia su título original, y al final, con su hermano abatido por el policía cuando intentaba liberar los peces lanzándolos al océano, Rasty James vera reflejado en el coche patrulla su propio reflejo en color, y buscará , subido a la moto de su hermano, el camino de la libertad. Aunque todos los jóvenes actores están espléndidos, quiero resaltar la actuación de Mickey Rourke como “el chico de la moto”, en una de las mejores interpretaciones de su irregular carrera.  

2 comentarios:

  1. Tú lo has dicho: puro cine. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Sí, amigo Ricard, una película que marcó de manera indeleble a toda una generación de jóvenes aficionados que en aquella época también crecíamos alienados en una gran urbe en condiciones que nos hacían soñar con una huida hacia la libertad, y que, finalmente, cuando esto se produjo, sentimos nostalgia por los buenos momentos pasados con los chicos del barrio.

    Un abrazo

    ResponderEliminar