LA LEY DE LA CALLE
(RUMBLE FISH)
Drama Juvenil - USA, 1983 - 90 Minutos
- Blanco y Negro.
DIRECTOR: FRANCIS FORD COPPOLA.
INTÉRPRETES: MICKEY ROURKE, MATT DILLON, VINCENT SPANO, DIANE
LANE, DIANA SCARWID, NICOLAS CAGE, DENNIS HOPPER.
Para la factoría de Roger Corman, del que
fue ayudante de dirección, Francis Ford Coppola dirigió en 1963 Dementia
13, un film infumable de terror serie Z. Anteriormente había realizado
algunos cortos y posteriormente ganaría prestigio como guionista de ¿Arde
París?, Reflejos en un ojo dorado y Patton. Sin embargo, es
en el año 1969 con Llueve sobre mi corazón cuando empieza a
mostrar destellos de su talento y una indudable aptitud técnica. Tras el
rotundo fracaso de Corazonada (1981), toda una fantasía romántica de
luces y de colores en donde prueba con el cine electrónico, y que de paso le deja sentado en el umbral de la ruina económica, Coppola adapta dos novelas de S.
E. Hinton rodadas en el mismo año, Rebeldes (1983) y La ley de la
calle (1983), dos cintas que versan sobre un mismo tema: la delincuencia y
la lucha entre bandas callejeras, films que sirvieron de trampolín para los
integrantes de una nueva generación de jóvenes actores bautizados como “pandilla
de mocosos”.
La ley de la calle es una crónica
callejera sobre la problemática juvenil, en donde el joven Rusty James (Matt
Dillon) anda siempre buscando pelea con otros chicos, añora a su hermano al que
todo el mundo conoce como “el chico de la moto” (Mickey Rourke) y que hace tiempo
se marchó de la ciudad, un hermano al que idolatra hasta el punto de soñar con
ser un día como él. Rusty James recibe una puñalada en el transcurso de una de
tantas peleas en las que se ve envuelto, el chico de la moto reaparece en ese
momento salvando a su hermano y evitando una tragedia mayor. Hay un policía que
vigila todos los movimientos de nuestro héroe, al que considera persona non
grata, quizás porque no se fía, tal vez porque le teme. No sabe que a éste
su estancia en California le ha cambiado, le ha hecho reflexionar e intenta
desmitificar la imagen de figura legendaria que su hermano pequeño tiene de él,
está desencantado y quiere olvidar el pasado, constatando además que las
pandillas ya no son lo que eran, pues han degenerado a causa de las drogas. El
padre de ambos (Dennis Hopper) convertido en borracho incurable, malvive en un
penoso estado. En un paseo por las fiestas del barrio, “el chico de la moto”
confiesa que es daltónico, lo que le hace ver la vida como una televisión a
blanco y negro con el sonido muy bajo, esto le lleva a tener una especial
sensibilidad y una extraña obsesión por los peces de colores.
Estamos ante una de mis películas favoritas
de Francis F. Coppola, a pesar de que sus más atribulados exégetas opinen que
es un film menor de simple supervivencia. Sin poner en cuestión tal
aseveración, también es verdad que nos encontramos ante una de sus obras más
filosóficas y emocionales, en la que desarrolla un discurso académico que el
director se encarga de subrayar con mensajes claramente doctrinales. La ley de la calle está rodada en
las mismas localizaciones que Rebeldes -la ciudad de Tulsa (Oklahoma)- y
repiten algunos actores que ya trabajaron en aquella, pero ahora nos
encontramos con una obra muy superior a esa primera y mediocre adaptación de un
relato de Hinton, no sólo porque la obra en que se basa denota una mayor
madurez de la escritora -cuando escribió Rebeldes tenía solo 16
años- también porque Coppola se olvida
de desarrollar la trama para centrarse en crear un relato totalmente
atmosférico, todo un espectáculo de puro cine en el que brilla el elemento
esencial de la tristeza onírica. Las magníficas imágenes con las que abre el
film, en las que se ven unas nubes pasar a una velocidad vertiginosa en un
blanco y negro espectral -gracias a la soberbia y atractiva fotografía de
Stephen H. Burum- parecen remarcar ya desde el principio lo efímero del tiempo
y lo absurdo de esa quimera llamada felicidad.
Este microcosmos circular, escenario sombrío
de límites tangibles y abundante en personajes existencialistas, refleja una
mirada abrasiva sobre la desolación de unos seres desorientados, introspección
melancólica y fatalista que nos hace evocar referencias visuales que basculan
entre el expresionismo de Orson Welles y el romanticismo autodestructivo de
Godard o Nicholas Ray. Cierto es que el inconfundible estilo personal de
Coppola, su intransferible lenguaje cinematográfico, la belleza de las
imágenes, la excelente música de Steward Copeland, se sobreponen a la historia
y dominan todo el film, por algo este cineasta, siempre en busca de nuevos
horizontes y una estética lejos de lo establecido, renovador de la poesía
cinematográfica, que sabe ahondar en sensibilidades humanas, está considerado
unánimemente como un maestro.
En el film, rodado en blanco y negro, el
color adquiere un carácter simbólico; Motorcycle Boy sólo ve en color los peces a los que hace
referencia su título original, y al final, con su hermano abatido por el
policía cuando intentaba liberar los peces lanzándolos al océano, Rasty James
vera reflejado en el coche patrulla su propio reflejo en color, y buscará ,
subido a la moto de su hermano, el camino de la libertad. Aunque todos los
jóvenes actores están espléndidos, quiero resaltar la actuación de Mickey
Rourke como “el chico de la moto”, en una de las mejores interpretaciones de su
irregular carrera.
Tú lo has dicho: puro cine. Saludos.
ResponderEliminarSí, amigo Ricard, una película que marcó de manera indeleble a toda una generación de jóvenes aficionados que en aquella época también crecíamos alienados en una gran urbe en condiciones que nos hacían soñar con una huida hacia la libertad, y que, finalmente, cuando esto se produjo, sentimos nostalgia por los buenos momentos pasados con los chicos del barrio.
ResponderEliminarUn abrazo