Crudo y magistral relato sobre la abyección
12 AÑOS DE ESCLAVITUD êêêêê
DIRECTOR: STEVE MCQUEEN.
INTÉRPRETES: CHIWETEL EJIOFOR, MICHAEL FASSBENDER, BENEDICT
CUMBERBATCH, PAUL DANO, SARAH POULSON, PAUL GIAMATTI.
GÉNERO: DRAMA / EE.
UU. / 2013 DURACIÓN: 133 MINUTOS.
Steve
McQueen no es un director de cine afroamericano. Es negro, es director de
cine, pero es británico, concretamente, nació en Londres en 1969 ¿Por qué
escribo esto? Muy simple: la temática de la denigrante esclavitud nunca ha sido
bien explotada en Hollywood, y aunque intentos como Mandingo (Richard
Fleischer, 1975) levantaran algunas ampollas por su visión sobre el trato que
recibían los esclavos en las plantaciones sureñas de Estados Unidos,
presentándose en su época como una película áspera y polémica para los
catadores de prejuicios; y Steven Spielberg nos presentara aquel irregular
melodrama titulado El color púrpura (1985) y, sobre todo, el apreciable alegato antirracista
titulado Amistad (1997), que nos narraba la odisea de medio centenar de
esclavos que viajaban en un barco y se amotinaban frente a las costas de Cuba,
el tema de la esclavitud parece elevarse como una de las propuestas más espinosas
y preceptivas dentro del cine en general y el norteamericano en particular. Tal
vez, como el propio McQueen comentó: “A
la gente le cuesta mucho cerrar ciertas heridas”.
Ha tenido que ser
un director negro y europeo quien abordara con total severidad una de las más
crueles infamias perpetradas por el ser humano en contra de otros seres
humanos. 12 AÑOS DE ESCLAVITUD se
inspira en la autobiografía homónima de Solomon Northup (1808-1857), un texto
poco conocido que llegó a las manos del realizador gracias a la labor de
investigación de su esposa. Solomon Northup
(Chiwetel Ejiofor), vive en Nueva York junto a su familia como un hombre negro
libre. Se gana la vida tocando el violín y con su pericia como carpintero, y no
hay nada en la vida que le haga temer por su libertad hasta que se topa con dos
compañeros músicos que acabarán vendiéndole en Washington, tras engañarle con
una excelente oferta de trabajo. Con su nombre de esclavo, Platt, Northup es
trasladado en barco a Nueva Orleans, donde es comprado por William Ford (Benedict Cumberbatch) el dueño de una plantación. Aun
en su nueva condición de esclavo, la buena relación con su amo le permite
llevar una vida aceptable hasta que John
Tibeats (Paul Dano), el tiránico capataz de obra se cruza en su camino, y
tras un grave incidente, acabará provocando su venta a una plantación cercana,
la de Edwin Epps (Michael
Fassbender). Su calvario no ha hecho más que empezar.
Apuntaba que
resulta extraño que el cine Hollywoodiense (de poco me vale el último ejemplo de
Django
Desencadenado) se las ha apañado casi siempre para pasar de
puntillas por el ignominioso tema de la
esclavitud cuando representa una de las mayores vergüenzas de esa gran nación
de la que todos parecen estar tan orgullosos. Sin embargo, sí lo ha hecho en
multitud de ocasiones sobre el holocausto judío con la dolorosa verdad de obras
magistrales como La lista de Schindler, tal vez
junto a El Pianista, la película definitiva sobre esa temática. Sin embargo,
no encuentro demasiadas diferencias entre una y otra infamia, y que nadie me
hable de números.
Steve McQueen acierta
al retratar a la bestia mostrándola con todos los detalles brutales y matices
psicológicos, con sus fauces, garras e instintos salvajes. Sí, los parajes
comunes de la banalidad del mal y sus esporas de destrucción, la fisicidad y el
naturalismo del terror como instrumento de dominación y poder que convierte al
ser humano en un objeto utilitario dentro de un proceso de cosificación que
tiene como objetivo vaciar el alma. Estamos,
amigo lector ante una obra cumbre, un clásico que perdurará en el tiempo, una
obra maestra incontestable que ruge como un volcán de sangre inocente, un
ejercicio de angustiosa revisión histórica que debería ser proyectado en todos
los institutos y universidades por dos motivos fundamentales: su punzante,
brillante y dramático carácter de documento que actúa como un martillo pilón
sobre la conciencia colectiva; y por la impagable recuperación de un personaje
para la historia, Solomon Northup, al que da oxígeno y auxilio un
pluscuamperfecto Chiwetel Ejiofor, un hombre
que aun en la humillación y la tortura no pierde nunca la determinación y sus
ansias de libertad para volver con su familia.
Lo peor de esta
penetrante y desgarradora tragedia es que Northup era un hombre libre hasta que
una fatal encrucijada del destino le hizo recorrer esos penosos 12 años de
esclavitud, que son narrados por McQueen con un realismo atroz despreciando el
recurso de la elipsis, porque aunque no la única, esa es la imagen más
impactante de la esclavitud: los ahorcamientos, la carne lacerada, la piel a
tiras, las pústulas y llagas, la roja sangre salpicando a los desalmados que
creen pertenecer a una raza superior y esgrimen la biblia cuando con sus actos
escupen sobre la palabra de Dios. También cuenta el deterioro psíquico de las
víctimas, no menos sutil, y que en muy contadas ocasiones encuentra el bálsamo
que actúa sobre la mala conciencia, sin apenas fuerzas físicas ni mentales para
encontrar la luz al final del tenebroso túnel.
Con una espléndida fotografía que funde los
contrastes cromáticos de los paisajes pantanosos de Luisiana, una acerada y
emocional banda sonora y unas interpretaciones de altura, con un Michael
Fassbender que vuelve a brillar en el perfil de un monstruo sin escrúpulos y
sin medida de la justicia, un esclavista siniestro en su visión más salvaje,
psicótica e inhumana (el odio fijado en sus ojos en el momento en que los
latigazos se suceden sobre la desnuda espalda de la esclava a la que ha
humillado y ultrajado). Todo el elenco roza la excelencia: un Brad Pitt en la
piel de un benévolo constructor canadiense; Paul Giamatti como vendedor de
esclavos; Paul Dano como eficaz y malvado capataz; Benedict Cumberbatch como un
esclavista con conciencia; y una Sarah Poulson de suaves maneras que no pueden
esconder su impronta sociópata.
Como ya hiciera en Hunger (narrando la huelga letal de Bobby Sands y otros miembros
del IRA presos en 1981), o en Shame
(la esclavitud del sexo de un treintañero neoyorquino), 12 AÑOS DE ESLAVITUD se nos presenta como un film honesto y
necesario, que a pesar de que algunas secuencias puedan resultar insufribles
por subyugantes (los pies de Ejiofor apoyados mínimamente con los puntas en el
barro para impedir que la cuerda quiebre su cuello), de toda la visceralidad
contenida, de los excesivos subrayados, nos invita a lamentar, de nuevo, susurrando ¡El Horror! ¡El Horror!
Hola de nuevo Pedro y amigos que seguimos Conexión Travis.
ResponderEliminarEn esta ocasión he de decir que no he tenido el placer de ver este film, no obstante estoy deseando poder sacar un rato para poder apreciar el arte de este director totalmente desconocido para mi.
Espero poder pasarme más a menudo por aquí, aunque como ya se sabe ando algo liado con la reestructuración de mi espacio web particular http://olimiesma.tk, en el que me gustaría poder postear críticas de Pedro en los Foros, de todas formas tengo en mente escaparme un rato e ir a verte y charlar sobre este asunto y por qué no como siempre de nuestras cosas y saludar.
Recibir un fuerte abrazo
AMIGO OLI, YO YA COMIENZO LAS VACACIONES, PERO, YA SABES QUE CUANDO TERMINEN ESTAS, ALLÁ POR MEDIADOS DE ENERO, TIENES FÁCIL LOCALIZARME. ESPERO, POR OTRA PARTE, QUE TU WEB TENGA ÉXITO Y LARGA VIDA, QUE PASES UNAS FELICES FIESTAS EN COMPAÑÍA DE LOS TUYOS, Y QUE EL AÑO VENIDERO TE REGALE SALUD, TRABAJO Y PROYECTOS INTERESANTES.
ResponderEliminarUN ABRAZO FUERTE TAMBIÉN PARA TI, TU PADRE Y HERMANOS.
Uno no puede apartar la mirada del horror. Brutal pero sin subrayados innecesarios ni digresiones narrativas. Una película perdurable, sin duda alguna. Un abrazo
ResponderEliminarES MÁS, LOS SUBRAYADOS QUE CONTIENE SON ABSOLUTAMENTE NECESARIOS, ESTAMOS, TAL VEZ, ANTE LA PELÍCULA DEFINITIVA SOBRE EL TEMA DE LA ESCLAVITUD. TODO ES CREÍBLE, ESA SENSACIÓN DE VERDAD QUE TIENEN LOS DRAMAS UNIVERSALES.
ResponderEliminarUN ABRAZO