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lunes, 6 de febrero de 2012


EN DEFENSA DE ÁNGEL SALA: ¡¡A LA BASURA CON LA CENSURA!! 
      
        Buenos días, Tristeza.
       En este país de panderetas donde todo es posible, desde el crimen más abominable hasta la patochada más absurda, seguimos dando pasos de gigante hacia una involución degradante que nos sitúa fuera de tiempo y de toda lógica: ahora recuperamos los pelotones de linchamiento para asesinar la libertad creativa. La noticia que me hace plantearme vivir en un futuro lejos de este país -antes llamado España y a partir de ahora Atapuerca- es la siguiente: la Fiscalía de Barcelona apoyándose en el artículo 189.7 del Código Penal imputa al director del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges, Ángel Sala, un presunto delito de exhibición de pornografía infantil, al proyectar durante el pasado mes de octubre en una de las jornadas del festival la película de ficción A Serbian Film. Exhibición que se realizó poniendo en práctica todas las medidas informativas y de control de necesarias: pases de madrugada, advirtiendo a los espectadores lo que iban a visionar y pidiendo el DNI para que no se colasen menores. El artículo, de clara inspiración fascista, dice lo siguiente: “Se castigará con tres meses a un año de prisión o multa a quien produjere, vendiere, distribuyere, exhibiere o facilitare por cualquier medio material pornográfico en el que no habiendo sido utilizados directamente menores o incapaces, se emplee su voz o su imagen adulterada o modificada”. Son dos las escenas que han causado el escándalo: “la violación de un bebé recién nacido y otra de sexo con un niño de cinco años”.


         Además de representar un hecho sin precedentes en la historia de los festivales de cine en la España democrática y un atentado contra la libertad de expresión, de creación y de la labor del director del festival, A Serbian Film se proyectó en los dos mercados más prestigiosos del mundo, Cannes y el American Film Market de California, y ha sido exhibida en los festivales de Bruselas, Montreal, San Francisco, Toronto, Austin, Sofia, Hamburgo, Helsinki, Puchon, Ravenna, Estocolmo, Oporto… sin que se hayan elevado denuncias contra el film, sus responsables o programadores. Por el contrario, en el Festival de Cine de Montreal ganó los premios a la Mejor Película, a la Mejor Película Europea y a la Película Más Innovadora, y hace sólo  unas semanas el Premio Especial del Jurado en el Fantasporto portugués. En España, la cinta no sólo ha tenido problemas en Sitges, también una juez prohibió en noviembre su exhibición en la XXI Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián.


         Narrados los hechos, cualquier persona medianamente inteligente se debe preguntar: ¿Por qué tenemos leyes que censuran lo que en otros países se exhibe con normalidad? ¿Vamos a dar nosotros lecciones de democracia a países como Francia, Inglaterra, Alemania o Estados Unidos? ¿Qué hace la Fiscalía de Barcelona violando la creación artística y perdiendo el tiempo en algo tan absurdo teniendo tantos delitos reales y corruptelas que perseguir ahí fuera? ¿De qué coño van la CONCAPA y las asociaciones de defensa del menor instituyéndose en guardianes bienpensantes de la moral? No escuché sus manifestaciones de repulsa cuando legiones de monjas y sacerdotes católicos abusaron realmente de miles de niños y enfermos mentales en Irlanda y otros países. Los que dan miedo son ellos, que los quiero ver a cien mil kilómetros de distancia de mis hijos. Vi A Serbian Film (2010), el pasado verano, dirigida por Srdjan Spasojevic nos narra la pesadilla en que se ve envuelto un actor porno retirado que recibe un cheque en blanco por participar en la obra definitiva, que incluye escenas de violencia y sexo extremo. Un film de terror digno con algunas escenas impactantes pero que ni mucho menos es pornográfico, con nula capacidad para trastornar al espectador ni  provocar empatía, y en el supuesto de que la propuesta sobrepase los muy discutibles cánones establecidos de la moral, en ningún momento se persigue infringir un delito, ni se ha maltratado la integridad física o psíquica de los actores o menores que participan en la película: para la escena más polémica, que sólo se deja entrever, se utilizó un muñeco de látex. Acordemos que la cinta puede resultar inmoral ¿por ello incumple la ley? ¿Eso hace que el delito no se pueda representar en el cine? Los delitos se deben perseguir por su realidad, nunca por su escenificación, porque como dejó escrito Immanuel KantEl arte debe mostrar cualquier asunto y promover cualquier sentimiento, siempre independiente de su moralidad y el horror que pueda despertar”.


       Como bien apunta el director Nacho Vigalondo “las dos escenas polémicas son aterradoras, no provocan empatía, de hecho la película es moralista, las condena”. Ni que decir tiene que el asunto ha armado una gran algarabía, todos los directores de festivales españoles han firmado un manifiesto a favor de su compañero en el que afirman que el insensato procesamiento “nos retrotrae a épocas de cortapisas censoras contra la libertad de expresión y programación”, y conocidos cineastas extranjeros como John Landis, Joe Dante y Eli Roth han firmado la iniciativa contra este deplorable acto contra la libertad de creación. El director de Hostel ha comentado que “Sitges es un festival increíble para artistas del mundo entero, y si ellos sienten que pueden ser encarcelados por su trabajo, no irán a España por miedo a las consecuencias, lo que representa una mancha progresiva contra la imagen de vuestro país”. Cuando escribo estas líneas, la denuncia contra Ángel Sala estaba en trámite de ser repartida y de que se abriesen las oportunas diligencias, mientras tanto, las redes sociales echan humo con miles de ciudadanos anónimos solidarizándose con el escritor, crítico cinematográfico y director del festival, en la convicción de que la censura es antitética al arte.


       La censura es un hecho anómalo, puro fascismo sociológico, pero qué podemos esperar en esta época siniestra que nos ha tocado vivir, rebosante de políticos y juristas mediocres, con gobiernos prohibicionistas a los que la palabra libertad les huele a queso podrido, unas leyes regresivas e inquisitoriales, una sociedad civil narcotizada y unas asociaciones compuestas de ciudadanos cobardes que hacen uso de la delación y la vigilancia mutua para obligar al artista a la  autocensura. El Tribunal de Estrasburgo no pone límites a la libertad de expresión (ahí tenemos el caso de la sentencia favorable a Arnaldo Otegui que llamó “jefe de los torturadores” al rey) ni de creación (siempre que se proteja la indemnidad de los menores y la integridad física y psíquica de las personas y los animales), y el mismo artículo habla de material pornográfico, no de imágenes simuladas o de una película de ficción. Como dice el escritor Roman Gubern, experto en historia del cine “la ley tendría que diferenciar entre traficar con este tipo de material y sencillamente incluirlo en una película, sea como documento o simple provocación”. Hoy, Vladimir Nabokov tendría muchos problemas para publicar “Lolita”, sería impensable que se pudieran estrenar películas como Spermula o Maladolescenza con la mítica ninfa Eva Ionesco como principal atractivo. Este cronista creció leyendo las obras de El Marqués de Sade, “Los Siete Minutos” de Irving Wallace, viendo películas como La Pequeña de Louis Malle y Saló o los 120 Días de Sodoma de Pasolini, admirando pinturas como “Saturno devorando a un hijo de Goya, y cada día se me hace más deprimente y doloroso formar parte de esta sociedad retrograda que impone sus propios criterios morales para ajustar de forma vergonzosa y hermética los límites del decoro y la ética. Jamás he sentido tanto bochorno por el estigma de formar parte de esta nación, donde tanta gente encuentra confortable vivir bajo el sometimiento y la represión.

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