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domingo, 5 de febrero de 2012

CRÍTICA DE "DRIVE"

 La película que me hubiera gustado dirigir: una obra maestra absoluta


DIRECTOR: NICOLAS WINDING REFN.
INTÉRPRETES: RYAN GOSLING, CAREY MULLIGAN, RON PERLMAN, CHRISTINA HENDRICKS, BRYAN CRANSTON, ÓSCAR ISAAC.
GÉNERO: THRILLER / EE. UU. / 2011  DURACIÓN: 100 MINUTOS.   
     


      Me impresionó mucho el debut con Pusher: Un paseo por el abismo (1996), del danés Nicolas Winding Refn, película que pasó prácticamente desapercibida en su época pero que con el tiempo se ha convertido más que en una película de culto en un clásico. El film, que plasmaba ya su estilo feísta y sombrío, narraba las trapicheos de un camello de medio pelo que tiene que enfrentarse a la semana más difícil de su vida cuando el gánster para el que trabaja le pide que le devuelva el dinero que le debe, algo que no podrá hacer pues la intervención de la policía origina que pierda todo el dinero. Después de realizar dos secuelas de ésta, rodar la resultona aventura vikinga protagonizada por Mads Mikkelsen Valhalla Rising (2009), y la interesante Bronson (2009), sobre el preso más famoso de Inglaterra, nos presenta la que para este cronista  es su mejor película hasta la fecha, DRIVE, con la que muy justamente se alzó con el Premio al Mejor Director en el pasado Festival de Cannes.


      
      Driver (Ryan Gosling), el conductor, trabaja como especialista de cine en escenas de riesgo donde maneja vehículos de toda clase en situaciones peligrosas. También trabaja de mecánico en el taller de Shannon (Bryan Cranston), y de vez en cuando se gana un sobresueldo de manera ilegal cuando alguien necesita un conductor para un atraco. Es metódico, escrupuloso y su vida personal es más bien aburrida. Vive solo en una zona apartada de Los Ángeles, no habla con sus vecinos y no recibe nunca visitas. Un día se fija en Irene (Carey Mulligan), su vecina de al lado que vive con su hijo Benicio (Kaden Leos), y casi sin quererlo el conductor se encariña de los dos. Es entonces cuando el marido de Irene, Standard (Óscar Isaac), que estaba en prisión, es puesto en libertad. Driver quiere ayudar a Irene y a su hijo para que puedan disfrutar de una vida alejada del peligro, por lo que acepta ayudar a Standard a dar un golpe que les permitirá partir de cero. Sin embargo, las cosas no saldrán como estaban previstas.        


      
      He visto tres veces esta película y en el momento de escribir estas líneas todavía queda un mes para su estreno. DRIVE es una cinta de culto instantáneo que perdurará en mi memoria así que pasen los años si el jodido Alzheimer no me priva algún día de ello. Con la ambientación, el ritmo y el estilo gélido del polar francés (ese misterioso, puntilloso y silencioso conductor sin nombre que nadie sabe de dónde ha salido pero al que se le nota falto de cariño y al que la vida ha endurecido hasta extremos lastimosos), adaptado a esa ciudad de Los Ángeles retratada en sus más desoladas entrañas, como si se hubiese quedado anclada en la década de los 80 (época del estreno de Ocho millones de maneras de morir y Vivir y morir en Los Ángeles, películas con las que guarda una cierta sintonía estética y atmosférica), y un guión minimalista en el que por encima de los diálogos priman las imágenes, enmarcadas por exquisitos encuadres, una paleta de colores saturados y planos nocturnos de una ciudad extensa y sublime que resplandece en su habitual frenesí; el lenguaje está en el juego de las miradas, en la percepción de sobresalto y el melancólico pálpito de una tragedia sobrevenida de forma seca y con feroz violencia. Un inconmensurable Ryan Gosling (el mejor actor de su generación), dando oxígeno a un ser hierático, solitario y frió que marca distancia con todo lo que le rodea hasta que el amor y la pasión desnudan la ternura de su alma, para aportar calor a una frágil Carey Mulligan y cambiar un destino que parece fatalmente marcado.



      Estamos ante una de las películas del año, un thriller magnético que se aleja del histrionismo para centrarse en los personajes, ungidos todos por el aura brillante de un elenco perfecto. El desprecio de Winding Refn por el vertiginoso efectismo y la fulminante pirotecnia le lleva a desarrollar un estilo hipnótico de planos largos, extasiantes ralentís y elegantes travellings que dotan a la acción de un carácter ritual. El cine del realizador danés tiene siempre un tono existencialista, sus personajes viven atormentados por las circunstancias complejas de su existencia, sin importarles la búsqueda de la redención, un resorte narrativo que queda como motivación última del antihéroe. A Refn le interesa más atrapar el olor fétido de las cloacas, mostrar las sucias tablas de carnicero del hampa, los cuchillos afilados y la pulsión de una ciudad en su revoltijo de dramas, terrores y miserias. Hay poética en las tinieblas, en la simplicidad de esta historia con aroma noir y un diseño primorosamente estilizado en las contadas pero impactantes secuencias de acción. Al espectador le cuesta poco empatizar con su estoico y sobrio protagonista (dejándose acompañar por la deliciosa banda sonora a cargo de Clift Martínez), ese escorpión serigrafiado en la espalda de su cazadora (homenaje a Scorpio Rising, 1964, del inclasificable Kenneth Anger), es la única floritura que nos alerta de su venenoso aguijón, un flash estético como síntoma de su soledad y pasmosa introspección. Su ritmo tenso y pausado nos acerca a un brutal final de sombras goyescas en el asfalto, y la mirada apagada de Gosling diciendo adiós a un sueño imposible. Obra maestra absoluta.  

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