"LA ÚLTIMA NOCHE DE SANDRA M." (2023) êêê
DIRECTOR:
Borja de la Vega.
INTÉRPRETES:
Claudia Traisac, Georgina Amorós, Nuria Prims, Nicolás Illoro, Pep Ambrós.
España
/ 2023 / 87 minutos
Los más jóvenes no conocen la historia,
y los mayores, si un día la conocieron, hoy la han olvidado. Pero yo, que en aquella
época vivía rodeado de cines, libros, cómics, revistas y, sobre todo, de amigos
igual de ávidos y curiosos, recuerdo bien aquel 23 de agosto de 1977 cuando una
de aquellas actrices del cine llamado del “destape” se precipitó desde la
terraza del segundo piso de su vivienda (y no desde el cuarto como se publicó),
en la calle Álvarez Baena Nº 3 de Madrid. Se llamaba Sandra Mozarowsky, tenía 18 años, estaba embarazada de cinco meses y
tras varias semanas en coma profundo, murió el 14 septiembre a causa de un fuerte traumatismo craneoencefálico en el Hospital
Francisco Franco. La última
entrevista la concedió el mismo día de su ¿accidente?, ¿suicidio?, ¿asesinato?,
a la revista Semana. Básicamente decía que quería
dejar por un tiempo el cine, que sólo le ofrecían papeles en los que, sin venir
a cuento, tenía que desnudarse, que se iría a Londres a estudiar interpretación,
que lo había dejado con su novio mejicano, que su deseo era ser una verdadera
actriz porque el cine le fascinaba. El entrevistador, Luis Milla, le pregunta que si el motivo de su retirada no será, en realidad, porque está un poco llenita, es decir, embarazada. Y ella, claro, sale airosa del envite respondiendo que ha engordado un poco.
Española nacida en Tánger en 1958, hija de un diplomático ruso y madre española, debutó con 11 años con un pequeño papel en la película El otro árbol de Guernica (Pedro Lazaga, 1969), junto a Inma de Santis, quien también murió años más tarde en un accidente de tráfico en Marruecos con 30 años. La carrera de Sandra Mozarowsky consta de una veintena de películas infumables y su presencia artística es mayormente irrelevante. Los directores de aquellos años de la Transición lo único que querían de ella era que se desnudara, violentando así su tímido y adolescente cuerpo, convirtiéndola en objeto de deseo para la mirada lasciva y el gesto baboso de millones de espectadores. Algo que ella odiaba porque frustraba sus aspiraciones y la deprimía.
Borja de la Vega rinde homenaje Mozarowsky con una espléndida Claudia Traisac metida en la piel de la actriz, imaginando lo que pasó las
últimas horas antes de precipitarse desde la terraza de su piso en Madrid. No es una
biografía porque nadie sabe lo que realmente sucedió. Sabemos que estaba sola,
nos hacemos eco de sus miedos, de su angustia e incertidumbre, de sus sueños y
aspiraciones. De su voluntad de ser una buena actriz, de las ilusiones de una
niña que juega a ser mujer, que lucha porque se la tome en serio, huir del rol
erótico de “Lolita” que le han asignado. Y ser, al fin, respetada.
A Sandra la ha visitado su madre, su amiga Inma, y ahora está de nuevo sola, bebe alcohol, fuma, toma pastillas para adelgazar, graba sus ensayos, pero su descenso a los infiernos se hace cada vez más lacerante a medida que pasan las horas y llega la noche. Se ha sentido acosada por enigmáticas e insultantes llamadas telefónicas, ha explotado de rabia cuando un par personajes han llamado al timbre para intimidarla exigiéndola que abortara. Son emisarios de “un señor importante” que no puede tirar por la borda su estatus, su altísima posición. Tal vez, la más alta autoridad del Estado. Lo que daría lugar a un escándalo de dimensiones colosales. En La última noche de Sandra M. no se le cita, pero en todos los cenáculos y mentideros se rumoreaba que Sandra Mozarowsky mantuvo un romance secreto con el rey Juan Carlos I, y que la criatura que engendraba era del monarca Campechano. Por lo que, continuando con la dinámica del rumor, tras su misteriosa caída debían estar los servicios de inteligencia. No hubo autopsia. Jamás se demostró nada. Finalmente, mantiene una conversación telefónica con ese “señor importante”, sólo la oímos a ella.
Confieso que
desprecio con toda mi alma estos tiempos de mojigaterías, rebosantes de
meapilas remilgosos y monjas alféreces estreñidas, lo que no me impide reconocer
que los años del tardofranquismo y la Transición fueron terribles, la ciudad
era una jungla y aún peor era la basura que se escondía tras los falsos oropeles
y bambalinas. Borja de la Vega, con un presupuesto de guerrilla, ha creado una
obra de cámara minimalista con el retrato de una mujer que se atrevió a decir basta, lo que entonces no era frecuente, consiguiendo que de nuevo aflore en mí un sentimiento esencial
de compasión y amargura.
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