Ritual de autodestrucción
“DESPERTAR EN EL INFIERNO” êêêê
“WAKE
IN FRIGHT” (OUTBACK)
DIRECTOR: Ted Kotcheff.
INTÉRPRETES: Gary Bond, Donald
Pleasence, Chips Rafferty, Jack Thompson, Sylvia Kay, Al Thomas, Peter Whittle,
John Meillon, John Arstromg.
GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 114 / PAÍS: Australia / AÑO:
1971
El director canadiense Ted Kotcheff, famoso -o tal vez no tanto- por haber dirigido en 1982 la popular película Acorralado (Rambo) un exitazo bestial que tuvo varias secuelas menos interesantes, realizó en 1971 esta producción de culto australiana que está situada en todas las listas entre las diez mejores películas de la historia de ese inmenso país. A mí, como a muchos aficionados, me la descubrió Martin Scorsese, que cuando la vio en Cannes en 1971 la describió como una película profundamente inquietante y perturbadora, comentario que viniendo de él ya es decir mucho. El negativo de Despertar en el infierno estuvo perdido durante décadas y fue recuperado en 2004 para alegría de los aficionados y estudiosos del Séptimo Arte. Y no resultará difícil para el verdadero cinéfilo encontrar ecos referenciales de la película de Kotcheff en la cinta de Scorsese ¡Jo, qué noche! (After Hours, 1982), pues a ambas les une el mismo tono pesadillesco.
Despertar en el infierno, que cuenta con dos títulos originales, Wake in Fright y Outback, nos presenta a John Grant (Gary Bond) el profesor de la escuela de un pequeño pueblo del desierto australiano que cuenta con el aprecio de sus alumnos y se despide de ellos para las vacaciones de Navidad. Su intención es viajar a Sydney para pasar esos días con su novia, pero antes de coger el avión decide pasar una noche en un pueblo minero situado en el inhóspito desierto. Sin embargo, pasan cinco días y Grant sigue anclado en el pueblucho y en proceso de autodestrucción. Cuando los efectos del alcohol comienzan a hacer estragos y distorsionar su percepción de las cosas, emerge un aspecto de su personalidad muy poco agradable, que se traduce en un desprecio por sí mismo.
Despertar en el infierno es un perro verde, una rara avis de tono nihilista que sigue al maestro de una escuela rural al que pronto le vemos quejarse amargamente de su precaria situación laboral, definiéndose como un esclavo en una conversación que entabla con el sheriff local de Bundanyabba, lugar donde piensa pernoctar una noche, mientras toman unas pintas de cervezas. Cree que el Estado no cuida a sus profesores y que a la sociedad le importa un carajo la educación. Pero él es un hombre culto en un mundo salvaje. Su único deseo es llegar a Sydney para estar con su novia, a quien sólo vemos en unos refrescantes Flash backs. No obstante, en su viaje desde la pequeña aldea de Tiboonda donde imparte clases efectúa una parada en Bundanyabba que transformará su vida y su pensamiento radicalmente.
Grant se dejará arrastrar por el carácter dicharachero de los lugareños, abusivos bebedores de cerveza que se divierten con juegos estúpidos como el cara o cruz de unas monedas y cazando canguros sin más aliciente en sus vidas que la progresiva autodestrucción. En la función los sudorosos personajes se mueven por un paisaje polvoriento, lugares insalubres propios de un inframundo y bares atestados de tipos bebiendo cerveza hasta el paroxismo. En el infierno representado no hay futuro ni sueños, sólo frustración, decadencia y vacío existencial. Es el Outback australiano, un territorio desértico, atávico y misterioso. Kotcheff nos sumerge en la pesadilla en la que se ve envuelto un tipo educado, sensato y culto, un mundo agreste que se ahoga en alcohol y que mostrará en el espejo su otra imagen sudorosa manchado de polvo y sangre. El forastero nunca demostrará ser mejor que los lugareños a los que desprecia, aunque su coartada sea la enajenación mental provocada por el alcohol y la influencia del turbador ambiente.
Con una fotografía amarillenta y tórrida de Brian West, merece la pena subrayar el único momento íntimo de la función, en el que la hija de un tipo que ha conocido en un bar, se ofrece desnuda a Grant bajo el manto de la noche, pero cuando se inclina para besarla, a Grant, en estado ebrio, le entran unas incontenibles ganas de vomitar, lo que nos hace pensar que en el remoto y rudo paisaje no hay lugar para las debilidades humanas. Brutal resulta también la secuencia de la cacería nocturna de canguros mediante la técnica del deslumbramiento y en la que el maestro demostrará estar a la altura de sus salvajes colegas acuchillando ferozmente a un canguro herido, confirmando así que su abisal descenso a la locura no parece tener fin.
Mención aparte merece Donald Pleasence dando oxígeno a un siniestro médico alcoholizado que llegó al lugar desterrado de Sydney por su afición a la bebida. En Bundanyabba a nadie le importa eso, para ellos hasta puede constituir una virtud. Cómo sobrevivir si no a los ritos de la comunidad y a esa asfixiante y pegajosa atmósfera que te nubla los sentidos, distorsiona la realidad y se hace cada vez más aguda, hiriente e invasiva, logrando que el pulcro profesor se abandone a las peligrosas tentaciones. Despertar en el infierno puede ser entendida como una metáfora bíblica con la serpiente tentando al maestro y los lugareños representando a los demonios arrastrando a Grant a una espiral de autodestrucción. La corrupción de Grant sólo puede encontrar la redención con la muerte. O servir de experiencia para valorar su lugar en la vida.
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