martes, 5 de abril de 2022

CRÍTICA: "PVT CHAT" (Ben Hozie, 2020)

 

El deseo en la era digital

“PVT CHAT” êê

DIRECTOR: Ben Hozie.

INTÉRPRETES: Julia Fox, Peter Vck, Keith Poulson, Dashs Nekrasova, Buddy Duress, Heather Allison, Nikki Belfiglio.

GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 86 minutos / PAÍS: EE.UU. / AÑO: 2020.

    Debut en la dirección de Ben Hozie que sigue la peculiar vida de Jack (Peter Vack) que se pasa el día jugando en línea al blackjack y por las noches chatea con una hermosa chica webcam llamada Scarlett (Julia Fox) de quien está absolutamente hechizado. Su obsesión aumenta cuando se la encuentra en una calle de Chinatown una noche lluviosa y decide seguirla.

     Tan cierto es que las relaciones sentimentales han cambiado con internet en las últimas décadas como que este post es sólo una excusa para que mis lectores conozcan y (si la conocen) puedan admirar la rotunda e inmarcesible belleza de Julia Fox, a la que muchos aficionados descubrieron en su extasiante exhibición en lencería junto a Adam Sandler en Diamantes en bruto (Uncut Gems, 2019). PVT Chat está rodada de forma un poco caótica en un tono independiente y amateur que le sienta bien a un relato creado con presupuesto de guerrilla. Su autor intenta así dotar a la función de un tono viscoso y transgresor, centrándose en las relaciones de pareja en la era digital, una reflexión con aristas punzantes sobre la soledad, la frialdad y la confusión que los nuevos rituales de comunicación tienen sobre las actuales generaciones, abducidas por el marco artificial del universo virtual y las nuevas formas de erotismo.

PVT Chat no inventa la pólvora, pero acierta indagando en la distancia sideral que existe entre las sensaciones y lo que uno imagina hipnotizado con el mundo virtual de la pantalla de su ordenador y la cruda realidad. Toda la historia, que fusiona corrientes arty y underground, está ungida por un halo sórdido. El protagonista es un tipo que vive solo (su compañero de piso se suicidó), vive en un pequeño apartamento de Nueva York, se alimenta de fideos, apenas tiene vida social y su relación más profunda es con Scarlett, una chica webcam a quien deja generosas propinas a pesar de que debe varios meses de alquiler.


     La relación entre ambos se circunscribe al ámbito del BDSM suave, y la progresiva confianza les lleva a charlar sobre sus vidas personales. El jugador online de blackjack le miente diciendo que su profesión es desarrollador de software, pero ella es sincera cuando le cuenta sus ínfulas artísticas con la pintura. Tal vez las relaciones no debían haber trascendido de la pantalla del ordenador, siempre tiene más encanto la fantasía que la realidad. Lo que gana Jack jugando al blackjack de día se lo gasta de noche en chats sexuales. No tiene un centavo, y desde que se suicidó su compañero de piso no le llega para pagar el alquiler del sucio cuchitril donde vive. Scarlett parece gozar de un grado de satisfacción laboral en su papel de dominatrix ejecutando castigos y humillaciones a sus rendidos esclavos. Tiene un novio dramaturgo y neurótico a quien financia sus excéntricas obras y ayuda para que lleve a buen puerto su sueño de montar su propio teatro. Nada es suficientemente revelador en la relación de Jack y Scarlett, un vagabundo virtual de la noche condenado al fracaso sentimental y que vive para el deseo, y una mujer que derrocha magnetismo y transpira sensualidad pero resulta inaccesible a cualquier sueño. Eso sí, el panorama es jodidamente espectacular.   

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