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martes, 7 de diciembre de 2021

CRÍTICA: "DRIVE MY CAR" (Ryûsuke Hamaguchi, 2021)

La mejor película del año

“DRIVE MY CAR” êêêêê

DIRECTOR: Ryûsuke Hamaguchi.

INTÉRPRETES: Hidetoshi Nishijima, Toko Miura, Masaki Okada, Reiko Kirishima, Sonia Yuan, Satoko Abe, Perry Dizon.

GÉNERO: Drama / DURACIÓN: 169 minutos / PAÍS: Japón / AÑO: 2021.

     Hasta que he tenido la oportunidad de ver Drive My Car, sólo había visto una película del director japonés Ryûsuke Hamaguchi, Happy Hour (2015), interesante historia sobre cuatro mujeres treintañeras con la total confianza entre ellas como para contarse cualquier cosa. Descubrirán que no es así cuando una de ellas tras perder su juicio de divorcio, lo abandona todo y desaparece. Tengo pendiente de ver La ruleta de la fantasía (2021), que se preestrenó en España en el pasado Festival de San Sebastián y que, por lo que me cuenta gente en la que confío, me hace albergar buenas esperanzas.

   Drive My Car sigue a Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nashijima) un actor y director de teatro que, aunque incapaz de sobreponerse a un drama personal, acepta montar la obra de teatro “Tío Vania” de Chejov en un festival que tiene lugar en Hiroshima. Allí, conoce a Misaki (Toko Miura), una joven reservada que le han asignado como chófer. A medida que avanzan en su itinerario, la sinceridad creciente de sus conversaciones les obliga a enfrentarse a su pasado.

   Uno crece rodeado de la familia, se relaciona con amigos y compañeros de trabajo, se casa, tiene hijos, ama, hace el amor, pero finalmente te das cuenta de que mueres tan solo como has vivido. No sé por qué se me ha ocurrido esto ahora. Hamaguchi es un director que sabe cómo enfatizar los silencios reflexivos y dotar de pureza a las palabras. Adaptando un cuento de Haruki Murakami, Drive My Car está dividida en dos tramos perfectamente delimitados. En la primera hora de metraje, observamos al protagonista en su relación privada con su mujer, de profesión, guionista. Mientras hacen el amor, ella le suele contar las ideas que se le ocurren para sus guiones sin contarle el final aunque por las mañanas las olvidaba y él las recupera. Es preciso observar el ritual de esta compleja relación sentimental porque tras el fallecimiento de la esposa que descubrirá infiel se construye el andamiaje del resto de la función. El protagonista tendrá ante sí dos retos casi imponderables: montar la obra de Chejov “Tío Vania” en Hiroshima y tratar de superar el vacío y el dolor que tan íntimamente le ha dejado el fallecimiento de su mujer, a la que tanto amaba y que se fue sin confesarle su infidelidad.

    A través de su sincero desahogo, su dolor quedará mitigado cuando entra en juego una joven chófer, Misaki, que la organización del festival ha puesto a su servicio. A bordo de un Saab 900 rojo que se perderá por el nudo de arterias de asfalto diseminadas por Japón, se producirá la conexión con esa joven alma herida que arrastra un punzante sentimiento de culpa debido a una tragedia del pasado que ha marcado su vida. Entre ellos se crea un vínculo que actuará como bálsamo para atenuar el mutuo e inabarcable dolor, el vértigo al vacío existencial. El coche actúa como el confesionario o diván en donde se desbordan las emociones mientras cruzan un paisaje monótono, gris, a veces espectral de edificios y autopistas cuya única nota de color es el automóvil rojo, convertido en el corazón que late con fuerza y que acoge los sentimientos más puros, el dolor más profundo, el mayor consuelo, la reconstrucción de dos almas en su lacerante y catártico itinerario.

    Resulta interesante cómo Hamaguchi introduce el cásting, los ensayos y la representación de la obra para dar mayor dinamismo al relato e introducir nuevos personajes tan magnéticos como la intérprete muda coreana que actúa con el lenguaje de signos. Pero será necesario escrutar más los escarpados territorios del quebranto y la desolación, lo hace uno de los actores de la obra teatral finalizando uno de los relatos inconclusos de la esposa del protagonista, declarándose así como su amante. Y resulta   prodigiosa la ternura, la sensibilidad y la belleza de ese momento en el que, en el interior del coche, una lágrima surca con lentitud estremecedora el rostro del protagonista. Un instante conmovedor dotado de una intensidad dramática muy humana. Como el nudo de autopistas de Japón, la creación cinematográfica, la teatral y la vida de los protagonistas se bifurcan y entrelazan para confeccionar un magma de sensaciones y emociones que emanan de la condición humana, de su creatividad, de su capacidad para asimilar el tormento, para otorgar el perdón y desenredar los nudos del amor, que a veces tanto asfixian. Obra maestra redonda, total y absoluta.

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