Un Seven de mercadillo
“EL SILENCIO DE
LA CIUDAD BLANCA” êê
(Daniel Calparsoro, 2019)
Es curioso que Daniel Calparsoro jamás
haya vuelto a rayar a la altura que alcanzó con su ópera prima, la visceral Salto
al vacío (1995), curioso pero ni mucho menos excepcional porque lo mismo le
ocurre a Amenábar con Tesis y a otros directores. Es verdad que el director
nacido en Barcelona nos ha entregado películas aseadas como Invasor (2012) y la
que hasta ahora es su segundo mejor film, Cien años de perdón (2016), que
además contaba con un buen reparto.
En espera de su siguiente estreno Salto
al cielo, previsto para 2020, Calparsoro toma como base la primera novela de la
trilogía escrita por Eva García Sáenz de Urturi para situarnos en el año 2016
en Vitoria, cuando las cadáveres desnudos de una chica y un chico veinteañeros
aparecen en la cripta de la Catedral Vieja. Unai López Ayala (Javier Rey) un
inspector experto en perfiles criminales, tratará de dar caza al asesino en
serie ritual que lleva aterrorizando a la ciudad durante dos décadas. La sucesión
imparable de crímenes y una investigación policial contaminada por las redes
sociales llevan al límite a Unai, enfrentándolo a un asesino camaleónico que
podría resultarle más cercano de lo que cree.
El silencio de la Ciudad Blanca desprende
un tufo televisivo que espanta, y el
director de Ausentes, que lleva tiempo surcando el cine de género más
convencional nos plantea un misterio en donde el inspector Unai López de Ayala
va tras la pista de un asesino que reproduce los crímenes que otro asesino
cometió veinte años atrás. La cuestión es que aquel está en la cárcel, por lo que
los nuevos asesinatos son obra de un imitador o de alguien que sigue sus
instrucciones. El problema de esta Seven de baratillo (encontramos
también referencia a El silencio de los corderos) es la
sensación déjà vu, que todos los personajes carecen de una entidad definida, que
sus perfiles están muy difuminados y que el juego del gato y el ratón que
propone llega a resultar cansino.
En la
vertiente atmosférica, la ciudad de Vitoria en fiestas nunca llega a ser un
personaje determinante y el clima de tensión no lo encontramos en unas escasas escenas
de acción rodadas con poca garra y con unos policías atléticos que practican
diariamente running pero a quienes se les escapa corriendo un asesino entradito
en años y con poco fondo físico. Atiborrada de clichés y esquematismos, con momentos
altamente inverosímiles, evidentes errores de cásting (a nadie le sienta bien
el rol que desarrolla) y un fallido intento de dotar a la función de la gelidez
de los thrillers nórdicos, estamos ante una película absolutamente prescindible
en la que ni el ritual que sigue el serial killer, que introduce abejas en los cuerpos de las víctimas y las expone como si estuvieran durmiendo, causa ya ninguna sorpresa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario