De lo sufrido y amado
“DOLOR Y GLORIA” êêê
DIRECTOR: PEDRO
ALMODÓVAR.
INTÉRPRETES: ANTONIO
BANDERAS, ASIER ETXEANDÍA, ASIER FLORES, NORA NAVAS, PENÉLOPE CRUZ, JULIETA
SERRANO, RAÚL ARÉVALO
GÉNERO: DRAMA / ESPAÑA / 2019 / DURACIÓN: 108 MINUTOS.
Sin ser ni mucho menos una obra maestra
como he leído que algunos críticos la han calificado en varios medios, Dolor
y Gloria es la mejor película de Pedro
Almodóvar desde Volver (2006), y ya ha llovido. Ni la tediosa Los
abrazos rotos (2009), ni la artificiosa La piel que habito
(2011), ni la cochambrosa Los amantes pasajeros (2013), una
peli que olía a glande, dejaron el más mínimo poso en mi saturada memoria
cinéfila. Se podría hacer un collage grotesco con todas. El director manchego
levantó un poco el vuelo (raso) con Julieta (2016) pero más allá del
buen trabajo de Emma Suárez, la historia de esa madre rota y distanciada de su
hija, no consiguió emocionarme.
Dolor y Gloria narra una serie de
encuentros en la vida de Salvador Mallo
(Antonio Banderas), un director de cine en el ocaso de su carrera. Algunos de
ellos físicos, y otros recordados, como los retazos de su infancia en los años
60, cuando emigró con sus padres a Paterna (Valencia), en busca de prosperidad,
así como el primer deseo, su primer amor adulto ya en el Madrid de los 80, el
dolor, la ruptura de ese amor cuando aún estaba vivo y palpitante, la escritura
como única terapia para olvidar lo inolvidable, el temprano descubrimiento del
cine, y el vacío ante la imposibilidad de seguir rodando. En la recuperación de
su pasado, Salvador encuentra la necesidad de volver a escribir.
Como alter ego de
Almodóvar, Antonio Banderas crea una espléndida composición interpretativa. Él
es Almodóvar en el espejo, con sus laceraciones físicas (múltiples dolencias y
operaciones quirúrgicas) y del alma (el imborrable recuerdo de su madre en el
ocaso de su vida, la herida del amor anclada en la memoria). Sin ser estrictamente un biopic, Dolor y Gloria tiene un tono
testamentario, no sólo porque nos abre el corazón del director con el legado de
su infancia, sino por ajustar cuentas con un pasado del que queda mucho más que
las cenizas: el episodio de la Filmoteca de Madrid en donde se proyecta la
película “Sabor” (que puede ser
entendida como La ley del deseo) que dirigió hace ya 32 años, y que sirve de
excusa para hacer las paces con el protagonista Alberto Crespo (Asier Etxeandía) (émulo de Eusebio Poncela), con
quien no ha contactado desde el rodaje de aquella película. El propio Mallo
expondrá las claves de ese largo distanciamiento pues la relación no acabó
bien.
Las escenas en las que Mallo recrea su
infancia (las más logradas e interesantes de la película) junto a su madre,
Penélope Cruz lavando la ropa en el río, la precariedad económica de su familia
viviendo en una cueva, el despertar sexual, su pasión por el cine y la
literatura, su mala educación en un colegio religioso, se ven alternadas con el
itinerario actual en donde un Salvador Mallo casi aislado tiene unos encuentros
cruciales: primero con Cecilia Roth
cuando abandona las instalaciones de una piscina, y será ella la que le ponga
en contacto con Alberto Crespo, a quien no ve desde el rodaje de “Sabor”; y más
tarde con un antiguo amor refractario llegado de Argentina con quien vivió una
apasionada relación (Leonardo Sbaraglia), que le hace una visita tan inesperada
como agradecida.
El
dolor físico y la depresión, y el anhelo de un tiempo varado en los meandros de
la memoria conforman los saltos temporales de Dolor y Gloria, que se ve con facilidad e incluso con gratitud,
aunque uno quede un poco saturado del calvario físico y emocional del tal
Mallo, más esclavo de los recuerdos que de un presente que asume sin ilusión y
sin retos, proyectando la sensación de que el esfuerzo sólo merece dedicárselo
ya a lo vivido. Un esfuerzo que al menos sirve para tranquilizar su conciencia
y volver sin rencor sobre los pasos perdidos.
No la he visto, y después de leer y ver esto ¡no sé por qué me suena a "Volver a empezar"!
ResponderEliminarMe ha gustado. Almodóvar desnuda su alma y su estilo en este film de aroma testamentario, cuya sobriedad y profundidad -así como la interpretación de Banderas- rozan la perfección.
ResponderEliminarun abrazo.
Estamos de acuerdo, Ricard, su mejor película en muchos años. De ahí, a ser tildada obra maestra, va un abismo ciego.
EliminarUn abrazo.
Hombre, Unknown, la conexión es la nostalgia.
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