CITIZEN KANE
Drama - USA, 1941 - 119 Minutos -
Blanco y Negro.
DIRECTOR: ORSON WELLES.
INTÉRPRETES: ORSON WELLES, JOSEPH COTTEN, DOROTHY
COMINGORE, EVERETT SLOANE, RAY COLLYNS.
Orson Welles (Kenosha, 1915 -
Los Ángeles, 1985) está considerado el más grande revolucionario del lenguaje
fílmico. Buen actor y genial director, Welles fue un niño prodigio que a los
cinco años ya recitaba a Shakespeare y a los quince se inició en el teatro. Dos
años más tarde fundó el Mercury Teatre de Nueva York, consagrándose como un
notable intérprete y magnífico realizador de obras shakesperianas, tales como Macbeth
o Julio César, por el montaje escénico de esta última ganó el
premio de la asociación dramática de Chicago. Alcanzó una impresionante
popularidad por su emisiones radiofónicas de teatro clásico, y sobre todo, por
su aterradora e impactante versión de La guerra de los mundos
(emisión de 1938) que por su realismo causó un auténtico ataque de histeria y pánico
entre los radioyentes. A raíz de la fama y el éxito de este trabajo se le abren
las puertas de Hollywood, y dirige para
la R. K. O. la más descomunal ópera prima de todos los tiempos, Citizen Kane,
todo un clásico que el enorme cineasta rodó con sólo 25 años, un film situado
en todas las listas y clasificaciones entre los tres mejores de la historia del
cine, algo que agiganta más la figura de su autor, manteniendo su interés
intacto y siendo objeto de incesantes estudios y revisiones. Entre lo major de
su filmografía como director podemos citar los siguientes títulos: El cuarto
mandamiento (1942), La dama de Shanghai
(1947), Macbeth (1948), Mr. Arkadin (1955), Sed de
mal (1957), El proceso (1962), Campanadas a
medianoche (1966).
Innovadora, estimulante, perturbadora, Ciudadano
Kane marca un nuevo horizonte entre el viejo cine y el moderno,
aportando un sinfín de elementos novedosos: el empleo permanente de objetivos
de distancia focal muy corta, perspectivas visuales y encuadres revolucionarios
conseguidos mediante sorprendentes angulaciones de cámara, el uso cuidadoso de
la profundidad de campo y la movilidad de la cámara para la experimentación del
plano-secuencia, al simbolismo elocuente a través de la grúa, la original
utilización del flash-back... Elementos que sitúan a esta obra como una
pieza fundamental para entender la evolución del cine moderno.
Ciudadano Kane narra la
historia de Charles Foster Kane (Orson Welles) poderoso magnate de la prensa
norteamericana, un retrato apenas camuflado del potentado William Randolph
Hearst, tanto es así que éste intentó por todos los medios evitar el estreno
del film. La figura de este multimillonario le sirve a Welles para realizar un
severo estudio de sobre el ansia de poder y la ambición, condiciones necesarias
para escalar las simas de la abundancia, la respetabilidad y el prestigio al
frente de los mandos de control, atalaya desde donde uno puede divisar el humo
de las ruinas y las columnas de cadáveres que ha tenido que dejar a su paso
para conseguirlo.
Crítica feroz sobre el ultracapitalismo ciego, Welles recrea
como nadie esa antropofagia, y también el aislamiento, la soledad que envuelve
a Charles F. Kane cuando, cercano el momento de expirar, su mente vuela lejos
para refugiarse en la infancia, en aquel trineo con el que solía jugar cuando
era un niño, en la inocencia de aquellos momentos conservados tan puros en la memoria.
Un giro freudiano como interpretación psicológica para captar la nostalgia en
medio de la soledad y la decadencia.
La película, que fue un fracaso económico,
consagró a su autor extendiendo su sombra en el tiempo, y más allá de sus
innovaciones técnicas, de los originales recursos visuales y la configuración
dramática derivada de un montaje caótico y rompedor, es una colosal obra
maestra por su ímpetu subversivo, porque supone una quiebra del orden
cinematográfico establecido hasta entonces -un clasicismo algo añejo para los
nuevos tiempos-, por la frescura
narrativa que acoge un nuevo verbalismo insurrecto, y establece los nuevos
cánones para un panorama de expectativas más dinámicas y vigorosas. A destacar
la magnífica fotografía de Gregg Toland en blanco y negro y la música de
Bernard Herrmann.
Es curioso que según la rumorología
hollywoodiense, “Rusebud”, palabra engañosamente clave del film y una de las
más mágicas de la historia del cine, parece sacarla Welles del influyente
William R.Hearst, pues ese era el apelativo mimosín y cariñoso que el magnate
utilizaba en la intimidad para referirse al aterciopelado felpudito de su
amante, Marion Davies, una actriz fracasada.
Toda una lección de cine. Una película monumental.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y lo mejor es que el tiempo no la ha penalizado y sigue manteniendo intacta su frescura y su punzante y corrosiva denuncia.
ResponderEliminarUn abrazo.