La mejor película bélica desde Salvar al soldado Ryan
“DUNKERQUE” êêêê
DIRECTOR: CHRISTOPHER NOLAN.
INTÉRPRETES: TOM HARDY, FIONN
WHITEHEAD, MARK RYLANCE, KENNETH BRANAGH, CILLIAN MURPHY.
GÉNERO: BÉLICO / EE.UU. / 2017 / DURACIÓN: 107
MINUTOS.
Pocos directores pueden presumir de tener
una filmografía tan brillante en las dos últimas décadas como la que atesora el
inglés Christopher Nolan. Como el
éxito nunca sale gratis, esto ha contribuido a que una legión de haters (patéticos odiadores
profesionales) esperen como agua de mayo el estreno de cada película suya para
ponerle a caer de un burro. Los que amamos el cine comprendemos su envidia a
pesar de que este sentimiento siempre supone un vano y tóxico esfuerzo que te
resta vida. La cuestión es que Nolan es un tipo guapo, elegante, talentoso y
triunfador, es decir todo lo que desearían ser esa caterva de mediocres,
amargados y fracasados que suspiran por poseer una sola chispa del ingenio del
que está dotado el firmante de espléndidas películas como Memento, Insomnio,
El
truco final, El caballero oscuro, Origen
o Interstellar.
Pues, créanme, de tan pueril motivación surge tanta ponzoña, la ridícula
envidia, el inútil odio.
Dunkerque nos narra un
acontecimiento muy conocido por los aficionados a la historia: En plena Segunda
Guerra Mundial, cientos de miles de soldados británicos, franceses y belgas se
encuentran rodeados por las fuerzas enemigas en la ciudad francesa de
Dunkerque. Atrapados en la playa con el mar a sus espaldas, se enfrentan a un
callejón sin salida mientras sienten en el cuello el aliento del ejército
alemán. Conocida como Operación Dinamo o el Milagro de Dunkerque, tuvo lugar
una complicada evacuación del destacamento aliado en territorio francés a
finales de mayo de 1940. La operación permitió el rescate de más de 200.000
soldados británicos y cerca de 140.000 franceses y belgas.
Nolan enciende rápidamente la mecha con una
secuencia que es un prodigio de planificación: un grupo de soldados británicos
pasean despreocupadamente por las calles de Dunkerque mientras una lluvia de
folletos lanzados por los alemanes caen sobre ellos advirtiéndoles que están
rodeados y que no tienen otra salida que rendirse. La precisa y elegantísima
configuración de esa escena de aparente calma se rompe cuando una ráfaga de
proyectiles convierte en un infierno la incursión en la ciudad y les deja
expuestos en su loca huida. El enemigo está siempre en la sombra, invisible,
acechante, como un fantasma, pero seremos testigos de sus letales acciones, de
su poderosa maquinaria de guerra, de su acoso y terrible amenaza. Nolan, con la
pericia que le caracteriza, sienta así las bases de lo que nos espera: un
relato parco en diálogos, minimalista, un tremendo ajetreo de vidas en peligro
en donde el movimiento se eleva por encima de las palabras -hombres frente a un
abismo y con los lobos a las espaldas- y un tratamiento contundente aunque
mesurado –no distante- de la violencia.
Con un gran
despliegue de recursos técnicos, si algo hay que valorar en Dunkerque es la fisicidad de la acción,
el tremendo latido del miedo, la pulsión de la locura, la extrema tensión, la
acuciante y negra sombra de la tragedia y el ciego y emocionante heroísmo
humano. Lo peor y lo mejor de nuestra especie sale a flote en las extensas
playas de la ciudad francesa para mostrarnos los horrores de la guerra y la
épica preñada de sentimiento y de verdad de tantos civiles que no dudaron en
surcar el mar con unas simples barcazas teniendo como misión salvar a sus
soldados.
La épica evacuación fue posible gracias a
la confianza del mando militar alemán que pensaron que con unos pocos aviones
sería suficiente para aniquilar al enemigo y a que los aliados se aprovecharon
de esa errática decisión para rescatar a los suyos. Pero los cerca de 350.000
soldados acorralados, derrotados e impotentes sobrevivieron con la certera
impresión de que serían fumigados como hormigas
por la Luftwaffe (Fuerzas Aéreas Alemanas) al mando de su comandante
supremo Hermann Göering, que pensaban que con sus Stukas, Heinkel y Junkers ni
siquiera tendrían la necesidad de utilizar su mortal artillería.
La función alterna tres escenarios
distintos con la misma precisión e impacto sensorial jugando con el tiempo y el
espacio: las batallas que se desarrollan en el cielo, intensas escaramuzas
aéreas en donde los aviones Spitfires de la RAF británica hacen frente a los
cazas alemanes que están masacrando a los soldados aislados en la playa: atención
a la, una vez más, magistral actuación de un Tom Hardy con la expresión serena
del que ha cumplido con su deber; las tribulaciones en la tierra, con los
soldados aliados indefensos, aterrorizados, esperando una muerte segura y
presas fáciles para los Stukas alemanes; la lírica estremecedora en el mar, con
todos esos civiles al timón de todo tipo de barquichuelas que pudiesen
mínimamente navegar y que hacen lo imposible para intentar salvar a sus hombres aunque
en la misión pierdan la vida.
La tensa
espera en el espigón, en la playa, retrata a un ejército derrotado y sin
esperanzas, y aunque la empatía y la solidaridad se acaban imponiendo al
latente drama, sabemos que muchos de esos soldados quedarán tarados de por
vida, inmersos en las más atroces pesadillas. Sin dotar a la función de elementos
enfáticos, con una punzante, electrizante y asfixiante banda sonora a cargo de
Hans Zimmer, que se eleva como su mejor trabajo hasta la fecha, Nolan convierte
en héroes a unos simples supervivientes dotando al relato de desasosiego,
hondura y sinceridad, soldados que serían cruciales para la victoria final de
los aliados en una guerra que entonces estaba en sus inicios. La mejor película
bélica desde Salvar al soldado Ryan.
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