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lunes, 24 de julio de 2017

CRÍTICA: "DUNKERQUE" (Christopher Nolan, 2017)


La mejor película bélica desde Salvar al soldado Ryan
DUNKERQUEêêêê
DIRECTOR: CHRISTOPHER NOLAN.
INTÉRPRETES: TOM HARDY, FIONN WHITEHEAD, MARK RYLANCE, KENNETH BRANAGH, CILLIAN MURPHY.
GÉNERO: BÉLICO / EE.UU. / 2017 / DURACIÓN: 107 MINUTOS.
 
      
   Pocos directores pueden presumir de tener una filmografía tan brillante en las dos últimas décadas como la que atesora el inglés Christopher Nolan. Como el éxito nunca sale gratis, esto ha contribuido a que una legión de haters (patéticos odiadores profesionales) esperen como agua de mayo el estreno de cada película suya para ponerle a caer de un burro. Los que amamos el cine comprendemos su envidia a pesar de que este sentimiento siempre supone un vano y tóxico esfuerzo que te resta vida. La cuestión es que Nolan es un tipo guapo, elegante, talentoso y triunfador, es decir todo lo que desearían ser esa caterva de mediocres, amargados y fracasados que suspiran por poseer una sola chispa del ingenio del que está dotado el firmante de espléndidas películas como Memento, Insomnio, El truco final, El caballero oscuro, Origen o Interstellar. Pues, créanme, de tan pueril motivación surge tanta ponzoña, la ridícula envidia, el inútil odio.

    
   Dunkerque nos narra un acontecimiento muy conocido por los aficionados a la historia: En plena Segunda Guerra Mundial, cientos de miles de soldados británicos, franceses y belgas se encuentran rodeados por las fuerzas enemigas en la ciudad francesa de Dunkerque. Atrapados en la playa con el mar a sus espaldas, se enfrentan a un callejón sin salida mientras sienten en el cuello el aliento del ejército alemán. Conocida como Operación Dinamo o el Milagro de Dunkerque, tuvo lugar una complicada evacuación del destacamento aliado en territorio francés a finales de mayo de 1940. La operación permitió el rescate de más de 200.000 soldados británicos y cerca de 140.000 franceses y belgas.

  
   Nolan enciende rápidamente la mecha con una secuencia que es un prodigio de planificación: un grupo de soldados británicos pasean despreocupadamente por las calles de Dunkerque mientras una lluvia de folletos lanzados por los alemanes caen sobre ellos advirtiéndoles que están rodeados y que no tienen otra salida que rendirse. La precisa y elegantísima configuración de esa escena de aparente calma se rompe cuando una ráfaga de proyectiles convierte en un infierno la incursión en la ciudad y les deja expuestos en su loca huida. El enemigo está siempre en la sombra, invisible, acechante, como un fantasma, pero seremos testigos de sus letales acciones, de su poderosa maquinaria de guerra, de su acoso y terrible amenaza. Nolan, con la pericia que le caracteriza, sienta así las bases de lo que nos espera: un relato parco en diálogos, minimalista, un tremendo ajetreo de vidas en peligro en donde el movimiento se eleva por encima de las palabras -hombres frente a un abismo y con los lobos a las espaldas- y un tratamiento contundente aunque mesurado –no distante- de la violencia.


  Con un gran despliegue de recursos técnicos, si algo hay que valorar en Dunkerque es la fisicidad de la acción, el tremendo latido del miedo, la pulsión de la locura, la extrema tensión, la acuciante y negra sombra de la tragedia y el ciego y emocionante heroísmo humano. Lo peor y lo mejor de nuestra especie sale a flote en las extensas playas de la ciudad francesa para mostrarnos los horrores de la guerra y la épica preñada de sentimiento y de verdad de tantos civiles que no dudaron en surcar el mar con unas simples barcazas teniendo como misión salvar a sus soldados.  


    La épica evacuación fue posible gracias a la confianza del mando militar alemán que pensaron que con unos pocos aviones sería suficiente para aniquilar al enemigo y a que los aliados se aprovecharon de esa errática decisión para rescatar a los suyos. Pero los cerca de 350.000 soldados acorralados, derrotados e impotentes sobrevivieron con la certera impresión de que serían fumigados como hormigas  por la Luftwaffe (Fuerzas Aéreas Alemanas) al mando de su comandante supremo Hermann Göering, que pensaban que con sus Stukas, Heinkel y Junkers ni siquiera tendrían la necesidad de utilizar su mortal artillería.


  La función alterna tres escenarios distintos con la misma precisión e impacto sensorial jugando con el tiempo y el espacio: las batallas que se desarrollan en el cielo, intensas escaramuzas aéreas en donde los aviones Spitfires de la RAF británica hacen frente a los cazas alemanes que están masacrando a los soldados aislados en la playa: atención a la, una vez más, magistral actuación de un Tom Hardy con la expresión serena del que ha cumplido con su deber; las tribulaciones en la tierra, con los soldados aliados indefensos, aterrorizados, esperando una muerte segura y presas fáciles para los Stukas alemanes; la lírica estremecedora en el mar, con todos esos civiles al timón de todo tipo de barquichuelas que pudiesen mínimamente navegar y que hacen lo imposible para intentar salvar a sus hombres aunque en la misión pierdan la vida. 


    La tensa espera en el espigón, en la playa, retrata a un ejército derrotado y sin esperanzas, y aunque la empatía y la solidaridad se acaban imponiendo al latente drama, sabemos que muchos de esos soldados quedarán tarados de por vida, inmersos en las más atroces pesadillas. Sin dotar a la función de elementos enfáticos, con una punzante, electrizante y asfixiante banda sonora a cargo de Hans Zimmer, que se eleva como su mejor trabajo hasta la fecha, Nolan convierte en héroes a unos simples supervivientes dotando al relato de desasosiego, hondura y sinceridad, soldados que serían cruciales para la victoria final de los aliados en una guerra que entonces estaba en sus inicios. La mejor película bélica desde Salvar al soldado Ryan.

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