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sábado, 10 de junio de 2017

CRÍTICA: “LA CURA DEL BIENESTAR” (Gore Verbinski, 2017)


"A CURE FOR WELLNESSêêê   


  Qué lejos queda ya 1997 cuando Gore Verbinski debutó con la simpática aunque olvidable comedia infantil Un ratoncito duro de roer. Desde entonces, el director norteamericano ha surcado todos los géneros: el thriller fronterizo con The Mexican (2001); el terror de raíces asiáticas con el remake hollywoodiense de The Ring (2002); el cine de aventuras con Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra (2003); el drama con la espléndida El hombre del tiempo (2005); de nuevo el relato de aventuras con las secuelas Piratas del Caribe: El cofre del hombre muerto (2006) y Piratas del Caribe: En el fin del mundo (2007); el cine de animación con Rango (2011); y el western con El Llanero Solitario (2013).


      Con La cura del bienestar transita los páramos siempre inquietantes del thriller psicológico para narrar la historia de Lockhart (Dane DeHaan) un joven y ambicioso ejecutivo que viaja a un remoto lugar de los Alpes suizos. Tiene como misión traer de vuelta al director de su compañía que se encuentra en el Volmer Institute, un centro del bienestar. Pero este centro terapéutico que parece un lugar idílico, resulta muy misterioso y guarda un oscuro secreto que impedirá que Lockhart salga de ahí fácilmente. Pronto se confirman sus sospechas, y es que los propósitos del Dr. Volmer (Jason Isaacs) el director de la clínica, son mucho más siniestros que la idea de cubrir las necesidades y atenciones de sus pacientes. La estabilidad mental del joven será puesta a prueba cuando descubre los terroríficos secretos que allí se ocultan.

   
   Lo más extraño de esta rara avis es que el director haya podido conseguir financiación para sacar adelante un proyecto al que penaliza en su excesivo metraje. Porque si algo no ofrece dudas es que con una poda drástica de una hora el film resultaría mucho más digerible para el espectador… Y si no lo ha hecho es porque cree que el magnetismo que desprenden los escenarios y las imágenes son elementos suficientes para mantener la atención incluso del público de multisalas. Lamentablemente se equivocó.


     Así, nos encontramos con secuencias estériles (el infarto del primer personaje destinado a viajar al centro de salud) o inútilmente dilatadas y redundantes (el laberíntico itinerario del protagonista por la clínica). Con ecos del terror gótico de la Hammer, el giallo de Dario Argento, y claras referencias de Poe, los universos de H. P. Lovecraft y J. G. Ballard, el Drácula de Bram Stoker, La semilla del diablo de Polanski, El fantasma de la Ópera e incluso de El Resplandor, todo el relato está barnizado por una pátina neogótica  y posmodernista que nos regala imágenes de una belleza turbadora (atención a la fascinante entrada del coche de Lockhart en el castillo, la posterior salida con la visión de Hannah (Mia Goth) en lo alto de la muralla o el impactante atropello del ciervo), escenas y planos de una belleza melancólica tan hermosa como misteriosa, que hacen que Verbinski, extasiado, se columpie alargando el arranque de la historia.


      Aplaudo este triple salto mortal sin red que el director asume con la determinación de un ser alucinado, obligando al espectador a sumergirse en un delirio que levanta acta sobre el capitalismo salvaje, la irreversible decadencia de la sociedad, la ambición desmedida, la búsqueda de la inmortalidad y la débil línea que separa el éxito del fracaso. El imponente castillo que acoge el centro de salud es también el epicentro de una maldición que se remonta dos siglos atrás y que abre las puertas de sus más tremendos horrores a Lockhart, que, una vez perdida la noción del tiempo, irá descubriendo en carne propia los escalofriantes experimentos a los que son sometidos los pacientes en ese inmenso spa geriátrico.

       
   El gran atractivo de La cura del bienestar lo encontramos en su brillante aspecto visual y la composición de una enrarecida, enfermiza y amenazante atmósfera. Esto unido a la pericia de Verbinski para la puesta en escena y el gran trabajo del trío protagonista, que realizan un gran esfuerzo interpretativo para salvar la función allí dónde el guión se empantana con escenas que sólo sirven de relleno. De todos modos, te aconsejo que aceptes la invitación y te encontrarás  con el clásico “mad dóctor” de modales elegantes, un estanque de agua podrida y anguilas feroces, un insólito potingue de la eterna juventud, torturas dentales insufribles, cuerpos en descomposición, experimentos terroríficos, relaciones inconfesables, un dominio de recovecos y meandros herméticos e insondables que el protagonista recorre hasta concluir en un clímax en donde caen las máscaras y el fuego purificador lo destruye todo. Lockhart comprende que al Mal sólo se le puede vencer impelido por el amor fou más impulsivo y valiente, pero en su huida acompañado de Hannah, todos percibimos que su semilla nunca se extingue.   

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