"BERLÍN SYNDROME" êêê
Uno esperaba más de esta película
dirigida por la realizadora australiana Cate
Shortland que tras un par de cortos debutó con el interesante drama
titulado Somersault (2004) que protagonizada por Abbie Cornish y Sam Worthington
versa sobre una adolescente que aprende a distinguir entre el amor y el sexo
gracias a las nuevas experiencias. En 2012 dirige otro potente drama ambientado
en la Segunda Guerra mundial titulado Lore. Tanto una como otra se me
antojan superiores a su nueva criatura que fue presentada en el Festival de
Sundance.
La cinta narra la historia de Clare (Teresa Palmer) una fotógrafa
australiana que se encuentra de vacaciones en Berlín y que es una enamorada de
la arquitectura germana. Allí conoce a Andi
(Max Riemelt) un joven carismático que pronto se gana su atención. La atracción
entre ambos es instantánea y terminan pasando la noche juntos. Sin embargo,
Clare se despierta a la mañana siguiente sola y atrapada en el apartamento de
Andi.
Berlín Syndrome se nos presenta como
un thriller aseado que aunque narrativamente se queda cortito como consecuencia
de una historia poco original y unos diálogos simplones, pero al menos logra transmitir
algunas vibraciones gracias a la conseguida atmósfera y el esfuerzo
interpretativo de una Teresa Palmer convertida en una de las actrices más
bellas y deseadas. La historia no aporta ninguna novedad a ese subgénero dentro
del thriller y el terror “de chicas encerradas que lo pasan muy mal”, que tan
buenos ejemplos nos ha regalado el cine en los últimos años: Martyrs,
The
Woman, La desaparición de Alice Creed, Pet, 10 Cloverfield Lane, Hounds
of Love…
El título hace referencia al síndrome de
Estocolmo adaptado a la ciudad de Berlín, un trastorno psicológico que tuvo uno
de sus ejemplos más claros en el secuestro de Patty Hearts y que trata sobre el
sentimiento de comprensión y empatía que desarrolla la víctima a través de la
convivencia con su secuestrador durante el cautiverio. Se necesita mucha pericia para rodar una película sobre esta temática
pues la acción tiene lugar en espacios reducidos como el de una casa, y de lo
que se trata es de mantener la atención del espectador sin que las situaciones
resulten reiterativas. Cate Shortland lo consigue a medias y el film se ve
necesitado de una poda que hubiera dotado de mayor dinamismo a la acción.
Los momentos
más angustiosos y de mayor tensión piden a gritos una vuelta más de tuerca para
resultar más aterradores, lacerantes e incisivos, y la belleza y carisma de
Teresa Palmer está desaprovechada en momentos ideados para proyectar todo su
morboso fulgor. Eso sí, la directora nos regala verdadera postales del Berlín
más desconocido, bohemio y degradado, cortesía de la magnífica iluminación de
Germain McMicking, y una música enfermiza que delata la amenaza desde los
primeros compases.
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