¿Film de culto o bufonada?
En el verano de 1940
vio la luz uno de los personajes más peculiares, simbólicos e influyentes de la
historia del cómic, "Spirit". Su
creador, Will Eisner –un auténtico
genio con el lápiz- había recibido una oferta de Busy Arnold, dueño de Quality
Comics, para coordinar una revista de tiras cómicas que aparecería como encarte
en los principales periódicos de Estados Unidos. Esa fue la génesis de un
personaje que va camino de cumplir los 70 años como protagonista de unas
historias con las que Eisner revolucionó el panorama del 9º Arte con sus
múltiples aportaciones, hasta el punto de que corre la leyenda –probablemente
falsa- de que Orson Welles se inspiró en sus encuadres para la creación de Ciudadano Kane. Spirit, con su traje
azul añil, impactante corbata roja, sombrero Fedora de ala ancha, guantes e insustituible
antifaz, vivía en la piel de Denny Colt, un abnegado detective criminalista que
combatía el crimen en Central City, antes de que el destino le convirtiera en
un héroe sin atributos, o mejor, sin superpoderes. Ocurrió el día en que el
chiflado Dr. Cobra decidió inmovilizar a toda la ciudad utilizando una
sustancia química, con tan mala suerte que, al tratar Colt de impedirlo, fue el
primero en quedar inmovilizado, pasando a partir de entonces a vivir en un
estado especial como Spirit.
Seguramente, las constantes y la
atmósfera de cine negro de la obra del ya fallecido Eisner (luces de neón en la noche asfixiante
y eterna, callejones oscuros y amenazadores, garitos infectos y mal iluminados,
muelles gélidos y abandonados, las idas y venidas de los tranvías, puentes y
alcantarillas que sirven de refugio a mendigos y maleantes, huellas en la
nieve, sombras en las desoladas avenidas… ), cautivaron tanto a su amigo, el
gran Frank Miller, como para atreverse a dirigir su primera película en
solitario (codirigió Sin City junto a Robert Rodríguez adaptando
sus propios cómics), en un ejercicio que sigue explorando el camino iniciado en
aquella para presentar un fastuoso ejercicio de fusión entre el séptimo y
noveno arte: Es la historia de Denny
Colt (Gabriel Macht) un detective que
tras ser asesinado vuelve misteriosamente
a la vida convertido en el incansable luchador contra el crimen llamado Spirit. Un héroe con antifaz y sin
poderes sobrenaturales determinado a mantener su amada ciudad, Central City, a
salvo del crimen. En su misión por limpiar las calles de delincuentes busca
acabar con el peor de todos, Octopus
(Samuel L. Jackson), que realiza sus fechorías en la ciudad y asesina a cualquier
pobre desgraciado que le ve la cara, en alianza con su diabólica compañera Silken Floss (Scarlett Johansson). A pesar de lo ocupado que le tiene esa
misión, siempre encuentra tiempo para rodearse de espectaculares bellezas, como
la codiciosa y sensual Sand Saref (Eva Mendes), la única mujer
capaz de romperle el corazón.
Actualmente,
el uso de la tecnología, la pantalla verde y las imágenes generadas por
ordenador pueden ofrecer a un cineasta las mismas posibilidades que la mano a
un artista del lápiz o el pincel. Bajo este incontestable precepto, el
visionario Frank Miller (junto con Alan Moore el historietista más adaptado a
la pantalla grande), se autoproclama como receptor natural del espíritu
artístico de Eisner para intentar una aproximación cinemática de ese laberinto
radial y claustrofóbicamente urbano por donde pululan unos personajes rehenes
de sus propias caricaturas, un esquematismo seguramente derivado de la pasión
por una ciudad (Nueva York camuflada bajo el nombre de Central City) erigida
como protagonista principal de cualquier film con un toque noir apreciable (todo esos carteles publicitarios del film con
tintes expresionistas y mensajes como “Mi
ciudad grita”).
Lo que si me parece muy simplista es acusar a Miller de
parecerse mucho a sí mismo por utilizar un envoltorio similar a Sin City
–el uso del blanco y negro, los grises matizados y unas gotas de color como
elemento neurálgico-, aunque sería inútil recordar que, además de tratarse del
mismo autor, aquella fórmula funcionó, si bien en esta ocasión se echa mucho en
falta el pulso de Robert Rodríguez.
Cierto que en The Spirit lo que al final subyace es una obsesión estética partiendo de una relectura de
los elementos icónicos que más interesan a Miller del material adaptado,
cuestión que hace que el director se olvide del pulso narrativo, de la
concreción de unos diálogos sugerentes y hasta de hilar una trama que brilla
por su ausencia, consecuencia de un montaje torpe. Como desde Sin City no se puede hablar de originalidad
en este campo visual, hay que subrayar que Frank Miller está tan verde en la
dirección de actores como la pantalla que utiliza (o Gabriel Macht es muy mal
intérprete o está mal dirigido, lo mismo
ocurre con las actrices de las que sólo salvamos mínimamente el trabajo de Eva
Mendes, ¡y qué decir un Samuel L. Jackson metido como un histrión con calzador
en todas las rarezas!).
Manido también
el desarrollo argumental de un libreto aburrido carente de explicaciones esenciales
y que resalta tópicos (el justiciero actuando como el alma de la ciudad y
enfrentado a su grotesca némesis, mientras los policías parecen meros elementos
decorativos). Resulta evidente que se ha cuidado el dotar de empaque a la
espléndida labor de vestuario, sobre todo en los glamourosos diseños de las
exuberantes mujeres, y en una fotografía que sin duda es lo mejor de la cinta,
creando auténticas viñetas a partir de una conjunción alambicada de efectos especiales
y portentosos planos en blanco y negro. A The Spirit, sin término medio, se la amará -elevándola a obra de culto- u
odiara –tildándola de bufonada-, por lo que este crítico se queda en mosqueante
fuera de juego.
BONO REGALO: SCARLETT JOHANSSON EN "THE SPIRIT"
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