Almas en la hoguera
QUE DIOS NOS PERDONE êêêê
Director: Rodrigo
Sorogoyen.
Intérpretes: Roberto
Álamo, Antonio de la Torre, Javier Pereira, Luis Zahera, José Luis García
Pérez, Mónica López, María Ballesteros.
Género: Thriller
/ España / 2016 Duración: 125 MINUTOS.
Tras foguearse dirigiendo episodios de series de televisión como Impares, La pecera de Eva, Vida loca,
Frágiles o la más reciente Rabia y firmar junto a Peris Romano la
comedia romántica 8 citas (2008), el verdadero punto de inflexión en la carrera
de Rodrigo Sorogoyen fue Stockholm
(2013) un drama romántico minimalista producido por el sistema de crowdfunding y que protagonizado de manera primorosa por Aura Garrido y Javier Pereira consiguió un puñado de premios en varios festivales y se convirtió en la
auténtica sleeper del cine español aquella temporada. El director madrileño juega ahora en la liga de primera división con este policíaco en donde demuestra
su amor por el género con un magnífico guión escrito por él mismo e
Isabel Peña.
Que Dios nos perdone sitúa la acción
en el verano del año 2011 en Madrid. La ciudad está sumergida en una convulsa
actividad y una crisis económica que parece tocar fondo. Además de la ebullición del movimiento
del 15-M, un millón de peregrinos esperan la llegada del Papa en el Madrid más
caluroso, violento y caótico que nunca. En este contexto, dos inspectores de
policía, Alfaro (Roberto Álamo) y Velarde (Antonio de la Torre), deben
encontrar cuanto antes y sin hacer mucho ruido a un asesino en serie de ancianas. Una carrera
contrarreloj que les hará reflexionar sobre algo inquietante: ninguno de los
dos es tan diferente al asesino que persiguen.
Con lejanos ecos a las “hazañas” de uno
de los asesinos más populares de nuestra crónica negra, el serial killer José
Antonio Rodríguez Vega “El Mataviejas”, la influencia del cine norteamericano
de asesinos en serie y el thriller surcoreano, Sorogoyen firma una buddy movie
(película protagonizada por amigos) sobre dos colegas policías que no se
soportan y con la circunstancia inaudita de que ninguno de los dos avivan
ninguna empatía en el espectador. Pero si hacemos caso a lo que dijo Einstein: “El mundo no está en peligro por las malas
personas sino por aquellos que permiten la maldad”, los inspectores Alfaro
y Velarde cumplen con su misión envueltos en una atmósfera irrespirable bajo la
presión institucional y la caldera climática. El perfil de cada uno de los personajes
está perfectamente dibujado gracias a la gran dirección de actores y las
superlativas interpretaciones de Roberto Álamo y Antonio de la Torre: Alfaro es
policía pero bien podría ser un vulgar chuloputas, un tipo violento, un macarra
esquinado, un garrulo bebedor que se odia a sí mismo y a todo lo que le rodea
y que utiliza como arma la amenaza y la fuerza; Velarde, en cambio, es un tipo
asocial, un profesional, un policía reflexivo que, sin embargo, camina con el alma torturada por las heridas de la infancia y vive acomplejado por su
tartamudez.
En
realidad, las dos almas en la hoguera están condenadas a vivir sobre las
baldosas de su angustia y entre las paredes de su soledad. Ellos son testigos
de la cara más sucia y fea del incontinente drama humano, pateando callejones
sórdidos y pisos destartalados de renta antigua para oler la sangre en la
escena del crimen, la desastrada y repulsiva normalidad de la muerte. Porque la
anomalía en esta película es la existencia misma que va a conectar a tres
personajes de vidas escindidas y personalidades psicóticas, da igual si a uno u
otro lado de la ley.
En ese puchero
apestoso que es Madrid en verano, un asesino utiliza su encanto (soberbio
Javier Pereira) para dar matarile a ancianas solitarias sobre las que
descarga su ira, sus complejos y traumas.
Un asesino en posesión de cierto atributo físico como único signo reconocible de su
anodina existencia, tan gris e insustancial como esos escenarios en donde el
polvo, el sudor, la humedad, la mugre y el desamparo producen una opresión
insufrible, una asfixia con olor a orina y cuerpos mustios, sin hálito ni
sueños.
Sobre esa
pegajosa turbiedad se asientan los cimientos de una trama que escanea la
materia necrosada de una sociedad alienada y cruel que hace tiempo que rompió
la brújula y el reloj en su tránsito por un mundo en donde el dolor es lo único
que activa el termómetro de la supervivencia. Que Dios nos perdone es un
thriller que abre en canal el vientre de la castiza Madrid para que se pudra al
sol junto a un revoltijo de protestas tan estériles como pueriles y de
peregrinos de fe exaltada, de demonios imprecados desde el silencio o la
fiebre, desde la atroz certeza de que no hay nada que defina mejor al ser
humano que la maldad. Como dijo Chesterton: “Soy un hombre. Y por lo tanto llevo dentro de mí todos los demonios”.
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