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lunes, 29 de junio de 2015

CRÍTICA: "SAN ANDRÉS"

La tierra tiembla
SAN ANDRÉS êê
DIRECTOR: BRAD PEYTON.
INTÉRPRETES: DWAYNE JOHNSON, ALEXANDRA DADDARIO, CARLA GUGINO, PAUL GIAMATTI, HUGO JOHNSTONE-BURT, ART PARKINSON.
GÉNERO: CATÁSTROFES / EE.UU / 2014  DURACIÓN: 114 MINUTOS.   
                   

      Si para algo ha servido esta nueva vuelta de tuerca al cine de catástrofes titulada San Andrés y dirigida por Brad Peyton (Viaje al centro de la Tierra: La isla misteriosa) es para invitarme a un nostálgico viaje en el tiempo en el que me veo, siendo un cándido infante, delante de un mastodóntico cine de cerca de dos mil butacas esperando en la cola para entrar a ver Terremoto (Mark Robson, 1974), film resultón protagonizado por Charlton Heston y la bella Ava Gardner en el que la ciudad de Los Ángeles se veía asolada por un fuerte seísmo y con la que Hollywood comenzaba a dar señales certeras del poderío que la industria podía generar en cuanto a efectos digitales y de sonido probando el nuevo sensorround, con la intención de conferir un realismo escalofriante a este tipo de películas de desastres naturales aunque olvidaran pulir unos guiones que repetirían esquemas en décadas futuras.   


       Me da la impresión que este tipo de artefactos tiene ya una limitada capacidad para enganchar al público de hoy acostumbrado a ver todo clase de tragedias en los informativos de todo el mundo. San Andrés nos presenta a Ray (Dwayne “The Rock” Johnson), uno de los más experimentados miembros de la brigada de rescate de los bomberos de Los Ángeles que está a punto de divorciarse de su mujer, Emma (Carla Gugino), de quien se siente todavía enamorado pero está a punto de divorciarse porque la pérdida de una hija ha deteriorado el matrimonio. Emma está a punto de irse a vivir con su nuevo novio, un multimillonario que se ofrece para llevar en su avión privado a San Francisco a su otra hija, Blake (Alexandra Daddario), pues el plan es que se encuentre allí con su padre una vez que regrese de de Nevada, donde ha tenido lugar un potente terremoto. Esa misión le permite volver a Los Ángeles pilotando un helicóptero y rescatar a su todavía mujer después de que otro violento seísmo destruya gran parte de la ciudad. Los dos partirán hacia San Francisco para rescatar a su hija Blake, pero en esa ciudad se ha desatado la furia de la falla de San Andrés.
     

    
       Tópicos personajes para una historia muy típica, algo que como apuntaba se viene repitiendo de manera cansina desde hace décadas, tal vez desde aquella lejanísima San Francisco (W. S. Van Dyke, 1936) que con Clark Gable en el papel estelar reproducía el gigantesco terremoto que asoló la ciudad de San Francisco en abril de 1906. El gran problema de San Andrés es la sensación déjà vu que proyecta, la impresión de ser un refrito de otras películas de desastres en donde, sin andarse con medias tintas y apoyándose en unos impactantes efectos digitales, se destruye de manera espeluznante las ciudades de Los Ángeles y San Francisco. A pesar del esquematismo del guión, habrá espectadores que disfruten de su aspecto lúdico sabiendo que todo se desarrollará de manera previsible, olvidándose de lo inverosímil de su trama y el manido componente melodramático.


      Los efectos CGI son lo más llamativo de una cinta que, mucho me temo, pasará pronto al olvido sin erigirse en referencia. Penalizada por lo endeble de su argumento y con actuaciones realmente mediocres (salvando tal vez a ese sismólogo al que da vida Paul Giamatti), como no podía ser de otro modo en un film de acción protagonizado por Dwayne Johnson, Brad Peyton se tira al barro de un espectáculo vertiginoso que incluye contados toques de humor y que no es sino otra simple propuesta que sigue las coordenadas que marca el subgénero, unos códigos invariables en donde la magnitud de la tragedia se ve con distancia debido al infantil planteamiento en el que ni siquiera importa el recuento de víctimas. En fin, película palomitera realizada con un presupuesto medio que puede colmar las exigencias mínimas de los estándares que demanda el público de multisalas pero que no logrará alojar ni una sola secuencia en mi martirizada memoria cinéfila.

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