Visión de la impostura
BLUE JASMINE êêê
DIRECTOR: WOODY ALLEN.
INTÉRPRETES: CATE BLANCHETT, ALEC BALDWIN, PETER SARSGAARD,
SALLY HAWKINS, BOBBY CANNAVALE, ALDEN EHRENREICH.
GÉNERO: TRAGICOMEDIA
/ EE. UU. / 2013 DURACIÓN: 98 MINUTOS.
Hacía mucho tiempo que el incombustible y enormemente
prolífico Woody Allen no nos presentaba una película tan corrosiva, pesimista y
dramática como BLUE JASMINE, y recordemos que es un
cineasta que desde 1992 no se ha quedado ni un solo año sin presentar al menos
una película (creo que en 1991 no estrenó nada), e incluso ha habido muchos años
en los que ha estrenado hasta dos films. Tras la correcta Medianoche en París (2011)
y la fallida A Roma con amor (2012), al director neoyorquino le da por
ponerse serio para lanzar una abrasiva diatriba sobre las falsedades e
imposturas de una época que rinde pleitesía al dinero y la superficialidad.
Veamos: Jasmine (Cate Blanchett) era el retrato
perfecto de una ama de casa rica y glamourosa de la alta sociedad de Nueva
York, pero ahora todo su mundo se ha derrumbado y se encuentra sin casa, sin
dinero y su matrimonio con Hal (Alec
Baldwin) que ha sido condenado por fraude, se ha ido al carajo en parte también
por los devaneos sentimentales de éste. Todo ello le obliga a mudarse a San
Francisco para vivir con su hermana Ginger
(Sally Hawkins), que vive en un pequeño apartamento con su novio, Chili (Bobby Cannavale). Jasmine,
sumida en una grave crisis existencial, acostumbrada a veranear en los Hamptons,
codearse con la high society, orquestar los más suculentos banquetes, con 40
años ya y sin haber pegado un palo al agua en toda su vida, debe enfrentarse a
la terrible pregunta ¿cómo voy a ganarme la vida?
Al
aficionado se le hace fácil adivinar que BLUE
JASMINE es una actualización apenas camuflada de Un tranvía llamado deseo (la obra de Tennessee Williams llevada al
cine por Elia Kazan en 1951 y que le sirvió el Oscar en bandeja a Vivien
Leigh), en cualquier caso, un homenaje con el que Allen ha conseguido su mejor
película desde Match Point (2005),
reveladora, amarga y al mismo tiempo conmovedora radiografía sobre los avatares
de la existencia humana y las inconsistencias de las relaciones de pareja,
siempre al filo de la navaja. Alejado, al fin, de la comedia ligera y
algunas licencias narrativas que han hecho tan reconocible su cine en su
periplo por Europa en estos últimos años, el director nacido en Brooklyn toma
como guía a una socialité de Park Avenue caída en desgracia para profundizar en
la vacuidad y las miserias morales de esa clase opulenta a la que resulta
imposible encontrar la felicidad, en contraposición con una clase humilde que a
pesar de sus carencias le pone chispa a la vida y límite a sus aspiraciones,
aunque la mirada de Allen no es amable ni complaciente con ninguno de los dos mundos, pues a ambos
los cubre con una pátina hortera con su sarcástico y sutil pincel.
Con dos vías
narrativas claramente diferenciadas: un anclada en el pasado y contada a través
de magníficos flash backs que nos muestran la época de lujo y oropel; y otra
en el presente, que nos narra la sórdida y penosa travesía del desierto a la
que se ve abocada su desgraciada protagonista. Una Cate Blanchett
pluscuamperfecta en el papel de su vida. Víctima colateral de una estafa
financiera que pasa instantáneamente de vivir en una situación de lujo
asiático, con todo el confort y glamour imaginable, a verse instalada en la
depresión y la demencia, recreando momentos de un patetismo demoledor: atención
a su deambular por las bulliciosas calles de San Francisco sin apenas
maquillaje, como un perro abandonado bajo la lluvia y farfullando desorientada.
Estamos ante uno de esos guiones de hierro
a los que nos tenía acostumbrado el maestro en sus mejores obras (Annie Hall, Manhattan, Delitos y faltas), un libreto desde
donde surge el dibujo perfecto de un
personaje magnético y rasgos inolvidables: Blanchett como disección de lo
humano y lo divino, de las luces y las sombras; Blanchett como contradicción;
Blanchett como retrato íntimo y complejo; Blanchett como expresión parabólica
de lo trágico y lo cómico; Blanchett como estudio sobre la levedad del ser y la
imposibilidad de una isla.
BLUE
JASMINE, que cuenta con la impagable luz de Javier Aguirresarobe,
contiene los gags y diálogos inteligentes que marcaron desde el inicio su
personal e intransferible sello, aunque se hace preciso señalar que todos los
secundarios (el ex marido de la protagonista, su hermana, el novio de
ésta, y los amantes con los que busca
combatir su asfixiante soledad) están perfilados a brochazos, y no sé si será
algo buscado, pero ninguno causa la mínima empatía en el espectador. A una
distancia considerable de las magistrales películas anteriormente citadas (un
peldaño por debajo incluso que Match Point), nos encontramos con un
ejemplo más de la vitalidad creativa de un autor que cuenta ya con 77 años,
pulso, control y construcción narrativa para dar forma a una historia
interesante a la que le sobran algunas subtramas. Pero como el espectador sabe
separar el grano de la paja, se sumergirá en un relato riguroso e hiriente para
conocer los demonios que vigilan la destrucción de los sueños, la degradación
de vidas construidas sobre los débiles cimientos de la ilusión y
esas hermosas fachadas con vistas al vacío.
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