Una historia emocionante con olor a gasolina
RUSH êêêê
DIRECTOR: RON HOWARD.
INTÉRPRETES:
CHRIS HENSWORTH, DANIEL BRÜHL, OLIVIA WILDE, NATALIE DORMER, ALEXANDRA MARIA
LARA.
GÉNERO: ACCIÓN / EE.
UU. / 2013 DURACIÓN: 123 MINUTOS.
El
desafío: Frost contra Nixon (2008) fue una excelente película de Ron Howard que tomó forma con la base
de un no menos magnífico guión de Peter
Morgan –que adaptaba su propia obra teatral- y en donde el periodista
británico David Frost, durante una entrevista celebrada en 1977, logró arrancar
del ex presidente Richard Nixon, que se dejó llevar por las emociones, una
confesión sobre el turbio asunto del Watergate, sus abusos de poder y la
traición al pueblo americano. El hecho de que tanto su director como el
guionista volvieran a colaborar en una película me hacía albergar esperanzas de
encontrarme de nuevo con algo bueno, una de esas obras cinematográficas a las
que merece la pena rescatar del naufragio general y el olvido.
No me equivoqué,
RUSH
además de ser una de las mejores películas sobre carreras de coches de la
historia, es también una función emocionante en forma de biopic que nos
presenta unos notables perfiles sobre unos personajes realmente atractivos: La
vida sonríe al piloto británico James
Hunt (Chris Hensworth), es el más rápido de la parrilla, también es joven,
rico, guapo y alterna con las mujeres más hermosas. Un tipo envidiado por todos
que, sin embargo, se muestra imprudente, arriesga demasiado y no tiene control
sobre su vida personal. Fue contratado por la escudería McLaren cuando Emerson
Fitipaldi abandonó el equipo.
El piloto
austríaco Niki Lauda (Daniel Brühl)
es su antítesis, no es muy agraciado físicamente y resulta antipático para la
prensa y los demás pilotos, pero es muy puntilloso, infalible preparando las
carreras y ajustando los coches, lo que se dice un verdadero profesional. Ese
duelo de personalidades encontradas, vivirá en 1976 una de las rivalidades más
celebradas de la Fórmula 1, que concluirá con un terrible accidente en Alemania
que casi le cuesta la vida a Luda y que le dejará horriblemente desfigurado.
No soy fan de la Fórmula 1 ni de ningún deporte que no sea
el fútbol, no obstante, siempre me han entusiasmado las feroces rivalidades
deportivas. Seguí con cierto interés el duelo entre el malogrado Ayrton Senna y
Alain Prost, y tengo muy vagos recuerdos del que relata la película entre Hunt
y Lauda. No importa, porque aquí, como en El desafío: Frost contra Nixon
-ambientada también la década de los 70-, de lo que se trata es de recrear con
la mayor fidelidad posible otro duelo, el de dos personalidades opuestas, dos
estilos contrarios que se repelen y una vocación mutua que les apasiona, atrapa
y acerca.
Howard logra
camuflar algunos clichés en los que cayeron otras eficaces películas de este
subgénero de las carreras de coches como Grand Prix (John Frankenheimer,
1966) o Las 24 horas de Le Mans (Lee H. Katzin, 1971), que aunque
consiguieron captar el genuino espíritu de de la competición, señalaban muchos
de los tópicos que siempre han rodeado el mundo de las carreras. Lo mejor de RUSH es que, una vez más Ron Howard (un director academicista, nada
problemático y con fama amoldarse a las exigencias de los que ponen la pasta),
nos demuestra la habilidad pasmosa que tiene para rescatar del olvido pequeñas
historias y amplificarlas hasta alcanzar ecos dramáticos y tonos operísticos.
Se hace
necesario subrayar la maravillosa interpretación de Chris Hensworth dando
oxígeno a un James Hunt vividor y temerario que define su coche como un
“pequeño ataúd con un depósito de combustible de alto octanaje”, y que en otro
momento oímos su voz en off aseverando “cuando más cerca estás de la muerte,
más vivo te sientes”. Dándole la réplica un no menos fantástico Daniel Brühl
metido en la piel de un Niki Lauda rebosante de autoconfianza y chulería, una
insolencia con la que trata de esconder su innata falta de carisma.
Y la película funciona como un reloj suizo
porque el guión de Morgan es tan sólido como el granito, un filón para Howard,
al igual que la prodigiosa luz con que Anthony Dod Mantle baña el relato,
trasladando al espectador la pulsión y el aroma de aquel épico duelo en el
devenir de una época tan convulsa como sexy, maestría fotográfica que
ilumina la agresividad suicida de las carreras de Fórmula 1, y que te hace sentir
la lluvia en el asfalto, los derrapes, adelantamientos y frenazos, el olor a
gasolina y goma quemada, en definitiva, un subidón de adrenalina que el
director de Apollo XIII diseña con un encadenado frenético de planos en
secuencias que son una verdadera lección de montaje endemoniado. En mi memoria y mis retinas quedará
grabada para siempre esa imagen de Niki Lauda al que le están purificando los
pulmones mientras por la tele ve como Hunt convierte todas las carreras en un
paseo triunfal. Espléndido film.
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