A SANGRE FRÍA
(IN COLD BLOOD)
Thriller - USA, 1967 - 134
Minutos - Blanco y negro.
DIRECTOR: RICHARD BROOKS.
INTÉRPRETES: ROBERT BLAKE, SCOTT WILSON, JOHN FORSYTHE, PAUL STEWART.
Richard Brooks nació en Filadelfia
en 1912, murió en Los Ángeles en 1992. Tras cursar estudios en la Universidad
de Temple y antes de dedicarse al cine trabajó de periodista deportivo, locutor
de radio, director de obras de teatro y novelista. Como guionista se ganó una
gran reputación gracias a sus guiones de Forajidos (1946) que aunque el
guión estaba firmado por Anthony Veiller en realidad lo escribió él; Encrucijada
de odios (1947) película basada en su novela “The brick foxhole”; Fuerza bruta (1947) y Cayo largo (1948) sólido libreto basado en la
obra de Maxwell Anderson. Más tarde escribiría y realizaría sus propias
películas, también produciría algunas de ellas, convirtiéndose así en director
independiente. Algunos de los títulos más destacados de su extensa filmografía
son: Semillas de maldad (1955), La gata sobre el tejado de zinc (1958),
El fuego y la palabra (1960), Dulce pájaro de juventud (1962),
Buscando al señor Goodbar (1977).
Sinopsis: Finales de los años cincuenta. Dos ex-presidiarios Perry Smith y Dick Hickock (Robert Blake y Scott Wilson) se reúnen en el estado de Kansas para llevar a cabo un golpe que Dick ha ideado y que no puede fallar. Éste consiste en robar la caja fuerte de la casa de una familia de granjeros, los Clutter. Con todo dispuesto se dirigen una noche a la granja, y una vez dentro, se dan cuenta de que dicha caja no existe. Desesperados, debido a la enorme frustración, cometen un múltiple crimen a sangre fría. Los dos jóvenes emprenden la huida con la convicción de que nada ni nadie les pude relacionar con el crimen y abandonan el país. La policía comienza a investigar el asesinato, pero no comprende el motivo de unos asesinatos brutales y sin sentido. Pasado un tiempo, los asesinos vuelven a Kansas y son detenidos. Se les interroga y finalmente acaban confesando. En el juicio son condenados a la pena de muerte, siendo ejecutados con la misma sangre fría que ellos cometieron los asesinatos.
Antes de el estreno comercial de la película en 1967, en los estudios Columbia, Truman Capote -el escritor en cuyo libro está basado el film- asistió invitado por Brooks a un pase privado de la película. El gran novelista describe de forma magistral el comienzo de la misma: “la pantalla blanca se convirtió en una carretera en el crepúsculo: la 50, serpenteando bajo un cielo que diluvia a través de una campiña vacía como una vaina de maíz, desolada como las hojas húmedas. En el lejano horizonte aparece el típico autocar plateado de la Greyhound, se va haciendo cada vez más grande y pasa como el rayo. Música: una guitarra solitaria. Ahora surgen los créditos mientras cambia la imagen: vemos el interior del autocar, casi todo el mundo duerme. Sólo una niña aburrida recorre el pasillo, se acerca lentamente a la parte de atrás, en penumbra, atraída por los rasgueos solitarios e inconexos de una guitarra. Encuentra al guitarrista, pero nosotros no le vemos; le dice algo, pero no oímos qué. El guitarrista prende una cerilla para encender el cigarrillo, y la llama ilumina una parte de su cara: es la cara de Perry, los ojos soñolientos, distantes de Perry. Hay un fundido y vemos a Dick. A continuación hay otro fundido y vemos a Dick y Perry en Kansas. Entonces pasamos a Holcomb, donde vemos a Hebert Clutter desayunando en el último día de su vida; a continuación vemos de nuevo a sus asesinos: la misma técnica de contrapunto que yo utilicé en el libro. (Los perros ladran. Truman Capote; Anagrama, 1999).
Si Capote con su relato, auténtico
superéxito de ventas, inventó un nuevo género literario, la non-fiction
o novela-reportaje, consiguiendo popularizar entre la middle-class
norteamericana la idea de un nuevo periodismo, Richard Brooks consiguió uno de
los mejores films-documento de la historia del cine. El director conocía la
obra de Capote desde principios de 1965 en su manuscrito original, pues ya el
escritor le había elegido a él para el caso de que se realizara la adaptación
cinematográfica de la obra literaria. Eso sí, Brooks tenía que aceptar dos
condiciones importantes impuestas él: la película se tenía que rodar en blanco
y negro y los protagonistas tendrían que ser desconocidos (el estudio había
pensado en Paul Newman y Steve McQueen para el papel de asesinos), algo que a
la vista de los resultados podemos considerar un acierto pleno.
Filmada en
panavisión, con un guión propio y una maravillosa música de Quincy Jones, A
sangre fria, que el director rueda tras Los profesionales (1966) se
apoya en la misma disposición técnica que el libro, el sistema de contrapunto
al que el novelista hace referencia. El cineasta norteamericano, con la
precisión que caracteriza todas sus adaptaciones literarias -está considerado
el mejor adaptador de las obras de Tennesse Williams- organiza el film sobre la
base de dos piezas temáticas: la primera comprende desde que empieza la
película hasta que los criminales son detenidos y confiesan su crimen. La
segunda nos muestra el juicio, la ejecución y la inflexibilidad de la ley, la
frialdad de un aparato judicial que se muestra demoledor en el castigo, un sistema
que desde una cobertura legalista, desciende a la misma altura moral que los
asesinos.
En realidad esto es lo que a Brooks le
interesa, mostrar como son seis y no cuatro los asesinatos cometidos a sangre
fría, para ello, y desde la introspección social e implicación ideológica
siempre ligada a su obra, refleja de una manera implacable lo ilógico de ese
cruel contrasentido. Los excelentes retratos literarios de Dick y Perry -dos
marginados sociales de sueños imposibles, con unas vidas rotas y nacidos para
perder- dan el juego suficiente para que el director profundice en la
desilusión que hace que se desvanezca su fugaz espejismo. El proceso interior
que se va produciendo en ellos desde que salen de prisión en libertad
condicional, hasta el mismo momento en que son ahorcados. También, y en
contraposición, la espléndida descripción que el realizador hace de la unidad
familiar típicamente norteamericana -los Clutter- con un padre educado en la más estricta moralidad (ni siquiera dejaba fumar en casa) y sus hijos llenos de ilusión y de vida.
En In
cold blood todo está planteado en un sentido dual, vidas
divergentes y antagónicas que se van a cruzar en una noche trágica. La gran
meticulosidad del director se demuestra en la elección de los actores, de un
parecido impresionante con los verdaderos Dick y Perry, también porque parte
del rodaje se efectuó en Holcomb y
Garden City, lugares donde ocurrieron los hechos. Algunas escenas de esta
excepcional película han quedado grabadas como muescas en mi insustituible
memoria cinematográfica. Por ejemplo, la de los asesinatos, que se rueda en la
oscuridad y que sólo esta iluminada por la luz tenebrosa de unas linternas,
consiguiendo así un efecto claustrofóbico y que la angustia del espectador se
multiplique. Cuando los dos asesinos son ahorcados, tras un fundido en negro,
un cartel con las palabras “a sangre fría” nos asalta, toda una descarga
eléctrica para las conciencias y que expone con indiscutible impacto y
elocuencia lo que opina el autor sobre
el tema.
Uno de los principales protagonistas del
film, Robert Blake, recordado también por su recreación del detective Baretta
en la famosa serie televisiva de los años setenta, ha sido detenido
recientemente por la policía de Los Ángeles acusado del asesinato de su esposa,
Bonny L. Bakley. Parafraseando a James Ellroy: “la muerte evoca a los años
70, su coartada es demasiado burda y él es bajo”.
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