Soy un gran fan de Martin Scorsese, pero sobre todo de la primera y segunda etapa de su filmografía. De hecho, cuatro de sus películas están para este cronista entre las 100 mejores de la historia y mi blog de cine es un homenaje a mi película favorita (que no la mejor) de todos los tiempos, Taxi Driver. Sin embargo, he de reconocer que El cabo del Miedo, remake de la película original de J. Lee Thompson de 1962, no estuvo a la altura del film protagonizado por Gregory Peck y Robert Mitchum. Es un artefacto solvente, un entretenimiento perverso, pensado para hacer taquilla e ideado para el lucimiento de un Robert De Niro absolutamente histriónico.
El tono de la versión de Thompson es más sutil y tenso, el terror psicológico está construido con precisión, dejando que la amenaza latente de Max Cady (Robert Mitchum) se insinúe más que se muestra. La ambigüedad moral está latente sin innecesarios subrayados. El remake de Scorsese, brillante de un modo estilístico, tiende siempre al exceso: violencia explícita, interpretaciones sobreactuadas (especialmente de un De Niro totalmente tatuado), y un tono más cercano al horror que al thriller psicológico.
Gregory Peck interpreta a un abogado que actúa en favor de la sociedad incluso jugándose la vida, y esto crea un claro contraste con el personaje de Cady, generando una dicotomía ético-moral más marcada pero efectiva. Por otra parte, Nick Nolte da vida a un personaje más ambiguo, con taras éticas importantes, lo que diluye el conflicto entre el bien y el mal. Este enfoque puede resultar interesante, aunque también quita fuerza a la tensión moral. Mitchum nos presenta una actuación más escalofriante por su lograda contención. No necesita gritar ni transformarse de forma evidente para dar miedo, su imponente presencia le basta. De Niro, por el contrario, opta por una interpretación más trastornada y caricaturesca, tan teatral como excesiva.
La original de 1962 es más concisa, con una perfecta precisión en el ritmo y menos subtramas que dispersan la historia principal, saca un buen partido al blanco y negro para amplificar la atmósfera opresiva. El remake es más largo, barroco en su puesta en escena, con simbolismos religiosos, secuencias oníricas y un tono a ratos dislocado.
La partitura original fue compuesta por
Bernard Herrmann para la versión de Thompson y se integra de manera tan brutal
como sinuosa en el clima sombrío y tenso de la función. Aunque Scorsese reutiliza
esta música (adaptada por Elmer Bernstein), no tiene el mismo efecto dentro de
un contexto visual más desmedido. En definitiva, El cabo del Terror de J. Lee
Thompson se eleva por encima de su remake El cabo del miedo por su
economía expresiva, su atmósfera más realista y un suspense planificado con más
elegancia. La versión de Scorsese es técnicamente de una pulcritud abrumadora,
pero menos efectiva emocionalmente. La película de 1962 es un verdadero clásico
que sirve de ejemplo para la máxima “cuando menos es más”.
Cierto que la versión de Scorsese es más excesiva, y también se desmarca de su original al hacer del personaje del abogado uno de sus pecadores necesitados de redención; en ese sentido, la presencia de Max Cady adquiere un sentido casi bíblico, remarcado por sus tatuajes. Me resulta difícil establecer una preferencia; para mí, ambas películas son excelentes, cada una a su manera.
ResponderEliminarUn abrazo.