jueves, 10 de diciembre de 2015

JOYAS DEL CINE ERÓTICO: “SON DE MAR” (BIGAS LUNA, 2001)

     
    
       Basada en la magnífica novela homónima de Manuel Vicent y un flojo guión firmado por Rafael Azcona, Son de mar está lejos de mis películas favoritas de Bigas Luna, el eterno erotómano (Bilbao, Caniche, Jamón, jamón), un film que no logra atrapar el espíritu dramático y romántico de la novela del escritor valenciano pero que tampoco calificaremos de despreciable. Tal vez, ni siquiera Luna se lo propuso, aunque muchos en su momento pensamos que si el texto estaba predestinado a contar con una adaptación cinematográfica, sería el cineasta catalán quien la llevaría a cabo, ya que cuenta con muchos de los elementos que conectan la obra literaria con el universo de las últimas obras de Bigas Luna: el Mediterráneo, el erotismo, la pasión, la gastronomía e incluso la especulación inmobiliaria que ya apareció en Huevos de oro. Se podría  decir que es una pieza absolutamente coherente dentro del engranaje último de la filmografía de su autor.


      
     Son de mar nos sitúa a finales del verano en una pequeña localidad levantina bañada por el Mediterráneo. Hasta allí llega Ulises (Jordi Mollá) para trabajar de profesor de literatura en un instituto. En el pueblo conoce a Martina (Leonor Watling), una bella y sensual muchacha que trabaja con sus padres en la pensión donde Ulises se ha instalado. Los jóvenes se casan y tienen un hijo, pero poco después Ulises desaparece enigmáticamente en el mar mientras pescaba. Martina vuelve a casarse con Alberto Sierra (Eduard Fernández), un rico constructor.



      Son de mar es un film calculadamente esteticista. La excelente luz de José Luis Alcaine hace brillar de forma intensa el hermoso y soleado escenario bañado por el Mediterráneo y resulta ideal para desarrollar las lúbricas pasiones del director creando una atmósfera cálida y serena y dibujando preciosas postales. Las escenas eróticas se ven potenciadas por la presencia sublime y estimulante de Leonor Watling, atrapada en las escalas de una relación amorosa triangular y en un espacio rebosante de simbolismo sobre la cultura mediterránea, en donde, como siempre, tiene un papel predominante la gastronomía. Así, Son de mar huele a paella, a sepias y a naranja, también al salado sabor del sexo bañado en aguas cálidas. La personalísima mirada de Bigas Luna (tras la fallida Volaverunt), gira de nuevo al universo que le llevó a filmar sus obras más populares en la última década, y pone todos sus sentidos en construir un historia de amor, pasión y sexo sobre el aparataje incierto de un relato que fluctúa entre la oda romántica y la tragedia helena, donde el mar se convierte en un personaje más que separa o  anuda a los tres amantes. Ejercicio lírico y fábula homérica de exaltación sentimental y deseos incendiados que convierte a Martina en el alma de la película, en un tótem sagrado, en la sirena, frágil, angelical, cercana y carnal que espera el abrazo ardoroso y ansiado del amante.



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